¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Pelos

Iglesias se ha pelado no como símbolo de su renuncia al mundo y sus vanidades, sino para seguir en el candelero

Continúan las vidorras paralelas. Si Albert Rivera sorprendió a todos cuando convocó una rueda de prensa para anunciar que había entrado en un bufete de abogados, lo que se interpretó como una banalidad narcisista, su anti-gemelo Pablo Iglesias lo ha superado al conceder una exclusiva al periódico La Vanguardia (al que tanto debe) para mostrar su nuevo look capilar. Al parecer, a los ex líderes de la nueva política les cuesta dejar su papel de influencers.

Por el reportaje del periódico del conde de Godó nos enteramos de que en Podemos se llegaron a producir auténticos debates internos sobre la conveniencia de que Pablo Iglesias se cortase la coleta. El ex líder morado siempre ha tenido la capacidad egocéntrica de elevar a categoría política sus cuestiones domésticas, desde su morada hasta su peinado. Personalmente, pensamos que se ha equivocado. La coleta, primero, y el españolísimo moño de vecindona, después, le daban a Iglesias personalidad, desde luego más que ese nuevo moldeado que lo asemeja a un Gemelier ya viejuno y olvidado. La coleta tenía la virtud de sacar de quicio a sus principales enemigos, que quizás por falta de cultura histórica no recordaban que adornos similares llevaron algunos de nuestros más bravos capitanes. Además, peor que los pelánganos de don Pablo eran la ensaimada de Anasagasti, calvo acomplejado y traidor a su Rey, o el innoble tinte de Rajoy, un caballero de coqueterías provincianas.

En todo este asunto, es una obviedad, hay algo freudiano y castrador. Tanto que se adivina una mano femenina en el fondo del escenario, allá donde las luces no alcanzan. Los hombres, cuando cambiamos de imagen tan radicalmente, es porque alguna fémina así nos lo indica con la dulzura envenenada de Circe. Tontos que somos. No hay fuerza sin pelo, sabemos por la Biblia, aunque para los romanos la pobreza capilar era una muestra de virilidad y nobleza. Sea como fuere, esa mano que mece la tijera nos ha dejado la imagen de un Iglesias que, como decíamos, parece un niño viejo y empollón.

Según la tradición cristiana, la renuncia al pelo es un sacrificio supremo y muestra de amor a Dios, de ahí que para profesar en un convento había que someterse a contundentes trasquilones. No pocas iglesias del orbe lucen entre sus exvotos hermosas cabelleras que se ofrecieron en los altares a cambio del favor divino. Pero que nadie se engañe, Iglesias se ha pelado no como un símbolo de su renuncia al mundo y sus vanidades, sino como una manera de seguir en el candelero. ¿Qué será lo próximo? El show continuará.

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