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La lluvia en Sevilla

Pre-primavera

De aquí a poco, quizás añoremos los tiempos en los que la primavera sucedía en primavera

No conozco a nadie que desprecie las floraciones impacientes, como la de los almendros y otras especies que se abren sin esperar a la primavera. Nos ilusionan porque son signo y promesa de que, de aquí a poco, como don Antonio ante aquel olmo seco y castellano, vamos a volver a ser testigos del milagro de la primavera, que es un fenómeno que, por mucho que se repita, jamás dejará de alucinarnos.

No es un ningún secreto que las gentes de Sevilla estamos suscritas -modo premium- a la primavera. Demasiado, se diría. Nos podrán reprochar, con razón, que escribamos y declamemos ripios insufribles en exaltación a los meses en flor, pero nadie podrá argüir que no tengamos motivos. Mientras que febrero en las sierras de Jaén, pongo por caso, se vive con pelliza, aquí nos remangamos para recibir de brazos abiertos al sol por la Alameda. Algunos años me he repartido entre la Semana Santa de Sevilla y la no menos impresionante de Zamora. Pasar de una ciudad a otra en esa fecha tiene algo de cambiar de planeta, no ya por el cambio de marcha -de la de Font de Anta a la de Thalberg-, sino por una cuestión de olor, luz y temperatura. Aquí es primavera incluso antes de que lo decrete El Corte Inglés.

Este año percibo en el ambiente unas ganas especiales de primavera, una necesidad imperiosa de tardes más largas y de aire aromado. Lo añoramos, a pesar de astenias y alergias. "¡Oscuro y largo enero!", hemos escuchado gemir por las calles. Tenemos el radar sensitivo loco por cazar la primera certeza de que la vida va a despuntar de un momento a otro. En los últimos días he encontrado estas ganas a menudo, y también he pensado mucho en ello. Tenemos hambre atrasada de vivir la primavera, después de dos años ya bajo la mascarilla que nos impide saborear el momento y leernos los labios. Téngase en cuenta además que nos saltamos radicalmente la de 2020, cuando no pudimos ni notar la brisa. Ello, para un pueblo que no sólo expresa a tope su militancia en esta estación, sino que también la vive íntimamente, de piel padentro, es demasiado. En mi caso, leo con ansia viva todo lo que nos enseña Gilles Clément sobre el tercer paisaje y los jardines en resistencia (gracias a Nomad Garden por descubrírmelo), ocupo los jarrones con el amarillo de las mimosas y me pregunto -quizá para compensar a tanto negacionista- si acaso es natural esta precocidad sin promesa de nubarrones en el horizonte que calmen la sed de la tierra y del aire. Una cosa es que la primavera en Sevilla nos visite algún día del febrerillo loco y otra bien distinta es el invierno cálido, la garantía de sequía e incendios y las temperaturas muy por encima de lo normal. De aquí a poco, quizás añoremos los tiempos en los que la primavera sucedía en primavera. Tiempo al tiempo, dicho sea literalmente.

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