ME batiré en duelo con cualquiera que diga que Friends no ha sido la mejor sitcom de la historia. Hasta en sus peores momentos daba mil vueltas a todas y cada una de esas series que quisieron erigirse como "la heredera de". Aun así, no puedo decir que todo fuera perfecto. Phoebe nunca fue santo de mi devoción. En una ocasión, la excéntrica masajista descubre que legalmente puede ponerse el nombre que quiera y decide cambiárselo por el de Princesa Consuela Banana Hammock, porque era divertido, diferente y nadie más tenía un nombre como ése. Resulta curioso que son más o menos los mismos argumentos que exponen los padres de Goku Ceferino, el niño que ha saltado a la palestra porque sus progenitores, que será que se han aburrido siendo simplemente Juan Carlos y María del Pilar, han registrado a su hijo con el nombre del protagonista de Bola de Dragón a pachas con el de su abuelo. Partiendo de que sigo deseando que lo de los Kevin Costner de Jesús no sea más que una leyenda urbana, pues, oye, que para gustos colores. Pero ya veo tan temerario llamar a un niño Fernando, por aquello de la rima, que no entiendo que unos padres, reconociendo los posibles problemas que pueda causarle el nombre a su hijo, vayan a estigmatizarlo de por vida. Porque quién te dice a ti que Goku no acabará siendo presidente del Gobierno. Y no es que sea seguro que te vayan a crear un trauma, porque yo he aguantado clavitos y mierdas así de altas y tan feliz. Pero el Gominolo, la Bufa y el Paella pueden dar fe de que los niños ya pueden ser muy crueles sin que tus propios padres se lo pongan a huevo. Y ya que, a diferencia de para conducir o manipular alimentos, nadie te hace un examen para ser padre, un inocente bebé debería estar protegido de llamarse Neo o Chenoa. Pero si ni la legislación vigente ni el cura de tu pueblo pueden evitar que una niña se llame Shakira, me gustaría recordar a todos los padres que pueden canalizar su frikismo por otras vías sin amargarle la vida a nadie. ¿Para qué están los perros?