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José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

Queremos sangre, queremos liquidez

España ocupa un pésimo lugar en el ranking mundial de agilidad crediticia, un mal que machaca la economía

NINGUNA inversión o propiedad familiar; ningún plazofijo, cuenta corriente o ahorrillo de calcetín: nada está a salvo cuando la pobreza llama a la puerta de la casa con secos golpes inhumanos. España pide dinero y monetización de la deuda al BCE -aunque, en plan Mengele, Draghi prefiere llamarlo esterilización-; las comunidades autónomas acuden al Fondo de Liquidez Autonómico como los diez negritos de Agatha Christie; el Gobierno tira del intocable fondo de reserva para pagar las pensiones; las comunidades desafectas, como Andalucía, piden pura liquidez (o sea, no a crédito, sino como anticipo) al Estado y su Gobierno central, para poder dar una patada a seguir a sus pagos corrientes y devoluciones de créditos.

Como una familia decadente y agotada, como un náufrago en globo que va soltando lastre para permanecer en el aire, el Reino de España expía sus culpas y las de otros, y es asediado por una reala muy técnica, pero no menos implacable que una jauría canina cuyas fauces soltaran espumarajos en forma de muy prosaico cuarteto: "Tanto tienes, tanto debes, tanto ingresas, tanto gastas". Pero ni siquiera eso: no se trata ya de gastar, sino de poder pagar, de apagar el fuego inmediato, de remandar el problema a la semana próxima. Cuando el problema es la liquidez, la gestión -planificar, organizar, dirigir, controlar- deja de existir, e incluso parece una broma. En la forma en que era una broma el futuro para Gary Oldman, apergaminado y muerto en vida, cuando, hecho Drácula, chupaba una cuchilla de afeitar con restillos de sangre de la barba tersa de Keanu Reeves. La liquidez, la droga que Draghi puede darnos... apretando, al mismo tiempo, el torniquete sobre nuestra bolsa escrotal. En última instancia, todos necesitamos sangre, y aire en la sangre. Y para conseguir la liquidez, hacemos cualquier cosa. Pan para hoy, vivir al día: lo que hay. No será para siempre este estado de cosas, por supuesto que no, pero ya dura demasiado el proceso de deterioro de las relaciones económicas y, por tanto, sociales.

La reala técnica la conocemos bien: la Comisión Europea, los mercados de deuda, la propia Bolsa, el FMI desde lejos pero en última y tenebrosa instancia, el BCE del muy inquietante Draghi, el ultrarriguroso Bundesbank de Wiedmann; Merkel de capataz, Rajoy de delegado territorial. Esta semana, el rescate se ha sustanciado un poco más. El rescate de España por parte de sus hermanos comunitarios. "Rescate blando", lo prefieren llamar desde el núcleo duro europeo, para no hacer mucho daño a nuestra autoestima. No me resisto a decirlo: me recuerda a aquella moda de la penetración blanda. Ustedes elaboran algo más la metáfora en su mente, si lo desean.

Si la liquidez es el oxígeno, y los fabricantes de liquidez son los bancos, nuestro problema es grave. Porque la banca española (no toda, recuerden: casi toda), incluso después de endosarle sus marrones al pueblo español con el llamado banco malo, no está para apoyar -o sea, cumplir su función social: dar crédito- a las empresas ni a las instituciones. La inmensa mayoría de los bancos españoles no se ha recuperado de la burbuja inmobiliaria de la que fueron cómplices necesarios. Hemos socializado las pérdidas bancarias, pero no forzamos públicamente el movimiento crediticio, ni a Europa parece importarle un pimiento la parálisis del préstamo y la póliza. Esta semana, el Foro Económico Mundial publicó un informe en el que sitúa a nuestro país en el puesto número 122 (de 144) en el ranking de agilidad crediticia. Dice el informe, también, que somos muy malos para controlar el déficit, de los peores. Y es que sin crédito no hay posible ingreso, público ni privado. Y el déficit público y privado crecerá mientras no circule la liquidez: queremos sangre.

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