La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Ramón Ybarra, duodécima estación

El viernes rezó el vía crucis en la plaza que lleva el nombre de su padre: “Jesús muere en la cruz”. Y se nos fue el domingo Las calles más incómodas de Sevilla Las arañas voladoras de las terrazas de Sevilla

Ramón Ybarra Valdenebro.

Ramón Ybarra Valdenebro. / M. G. (Sevilla)

El primer viernes de marzo fue su último viernes. A la hora en que las cofradías evocaban sus orígenes con el rezo del vía crucis de la Pía Unión (Casa de Pilatos, misa en la Capilla de la Flagelación, patio, arzobispo, duque de Segorbe, Cruz de las Toallas, cera encendida) estaba Ramón Ybarra Valdenebro a pocos metros en otro acto piadoso. A la vera del templo de San Nicolás aguardaba en la plaza que lleva el nombre de su padre, dispuesto a leer la estación duodécima del vía crucis del Señor de la Salud con la noche ya cerrada y con el eco reciente de los cantos de las hermanas de Madre de Dios. “Jesús muere en la cruz”. Así lo leyó Ramón. Y se fue después al interior del templo con su pequeño Señor de la Salud, el de la tierna mirada, elegante en sus andas a medida, manso, dulce, antiguo, de serena belleza, el que calma al nervioso, hace diminutos a los grandes y engrandece a los sencillos. El que recoge oraciones desde el azulejo que se aprecia desde el velador de la ventana de la taberna La Candelaria. Ramón rezó el vía crucis el viernes y se murió el domingo. La gente joven también se muere. Porque Ramón era joven en edad y en el carácter. Alegre como su cofradía, de brazos abiertos, siempre dispuesto a convocar para un almuerzo en los salones del Aero. Nadie se debería morir con 59 años, pero Ramón se nos fue cuando empieza la cuaresma más intensa y gozosa. Nos dejó muchas reflexiones sobre la ciudad, porque era un gran lector de periódicos y un admirador de la generación de sevillanos que como su padre arrimaron el hombro desde sus profesiones en los años de la Transición. Le gustaba explicarle a sus hijos los artículos de los periódicos, la labor altruista de muchas personas en ayuda de los desvalidos o desfavorecidos y estar atento al santoral para cumplir con sus amistades.

Era evidente su pasión por la familia, el orgullo que sentía por su hermano Enrique, lamparilla encendida en las oficinas de la Plaza Nueva para estar en contacto con tantos países del mundo donde opera la empresa de los autobuses turísticos; el mar del Puerto de Santa María, los toros, una devoción al Cachorro... Pero quizás una de las cosas que más le gustaban era leer alguna referencia en recuerdo de su padre Ramón Ybarra Llosent (1935-2006). Por breve que fuera la alusión, siempre estaba dispuesto a agradecer el recuerdo de su padre. Se fue Ramón con el vía crucis rezado. Seguro que su alegría natural le impedía preocupar a nadie con su salud. Los deberes quedaron hechos, Ramón. El sevillano de la sonrisa. La rama dichosa del tronco.

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