La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Sevilla 2039: ¿lugar o no-lugar?

Carlos Colón.

Carlos Colón.

Desearía que dentro de 20 años mis hijos y nietos pudieran vivir en Sevilla, si así lo decidieran. Lo que significa tener anclajes de memoria personal y cultura compartida que les permitan reconocerse en la ciudad y reconocerla en su historia o sus costumbres. O lo que es lo mismo, desearía que no habitaran con indiferencia un no-lugar, neologismo creado por el antropólogo Marc Augé: "Si un lugar se puede definir como identitario, relacional e histórico, un espacio que no pueda definirse ni como identitario, ni como relacional, ni como histórico será un no-lugar". Es decir, una ciudad devastada por la especulación, una gran superficie, el extrarradio surcado por autopistas, barrios colmena sin zonas verdes ni espacios de convivencia, cualquier lugar del que el hombre no pueda apropiarse, en el que no pueda reconocerse ni establecer otras relaciones que las del ciclo producción-consumo.

En el famoso párrafo sobre la ciudad de Tiempo de silencio Luis Martín Santos escribe: "Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios…". Lo último -los gobernantes arbitrarios que hemos padecido en la dictadura y en la democracia- han hecho de Sevilla lo primero -una ciudad descabalada- desangrada de lo segundo -sustancia histórica-. La costumbre y la ceguera impiden a unos ver cuánto se ha degradado su casco histórico, se ha tematizado su corazón monumental y se ha planificado mal su crecimiento. La indiferencia hace que a otros esto les importe un comino. Sin que falten quienes aplauden las barrabasadas urbanísticas y patrimoniales como progreso, reacción sorprendentemente idéntica en los desarrollistas del franquismo y los progresistas de la democracia: comparten el concepto cateto de modernidad y el sectarismo que tiene por bueno lo que hagan los suyos.

"¿Se podrá ordenar el turismo de masas y atenuar sus efectos preservando la vida cotidiana del casco histórico y evitando su tematización?"

Así las cosas, no caben muchas esperanzas de que en 2039 Sevilla pueda ser un lugar en vez de un no-lugar; pueda ser -y vuelvo a citar Tiempo de silencio- lo que toda ciudad debería ser: "Un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre, un hombre encuentra en su ciudad no sólo su determinación como persona y su razón de ser, sino también los impedimentos múltiples y los obstáculos invencibles que le impiden llegar a ser". Hay amplia y excelente literatura, desde Blanco White y Bécquer a Romero Murube -lo que abarca un siglo y medio-, pasando por Cansinos Assens, Chaves Nogales o Cernuda, sobre Sevilla como razón de ser e impedimento para ser.

¿Cómo se habitará Sevilla en los próximos 20 años? ¿Será algo más que un contenedor indiferenciado de consumidores indiferentes? ¿Se acabará con los guetos de marginación que sitúan aquí los barrios más pobres de España? ¿Se impedirá que los hoy modestos se deslicen a la marginación? ¿Se corregirán en la medida de lo posible los errores urbanísticos y se planificará la ciudad de tal forma que no se repitan? ¿Se podrá ordenar el turismo de masas y atenuar sus efectos preservando la vida cotidiana del casco histórico (referente y memoria de la ciudad) y evitando su tematización? ¿Será posible vivir la ciudad como la relación con un entorno cargado de historia que ha conformado formas de vida y sensibilidades, capaz de albergar memorias propias o de vidas vividas por otros, porque una ciudad es la prolongación de la memoria personal en la familiar y en la colectiva.

En la proposición III.6 de su Ética Spinoza sostiene: "Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser". Desde la exposición de 1929, que dentro de 10 años cumplirá un siglo, Sevilla ha intentado perseverar en su ser adaptándose a las exigencias de la modernidad o se ha rendido a ellas sin condiciones, como si no existiera ese ser de la ciudad, tan difícil de definirse y tan fácil de sentirse como lugar identitario, relacional e histórico, como sucede con todas las ciudades de acusada personalidad y espléndido pasado.

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