La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Asunción es la aldea de los galos contra el turismo invasor
DURANTE siglos los españoles cometimos el error de distinguir entre cristianos viejos y cristianos nuevos (los conversos) cuando en realidad todos somos judíos nuevos, herederos de la dramática escisión que Jesús Nazareno abrió en el judaísmo. Que unos 40 años después de la muerte de Cristo se arrasara Jerusalén y se destruyera el Templo puso fin a la religión sacerdotal, dio origen al judaísmo rabínico -que gracias a Dios perdura hasta nuestros días- y forzó la diáspora que repartió a los judíos por Oriente Próximo y Europa.
Con la Torá (los cinco primeros libros de la Biblia) y el Talmud (la compilación de la doctrina y la sabiduría rabínica) como centro de su vida religiosa, los judíos establecieron comunidades que mantuvieron viva hasta hoy la fe de Abraham, Isaac y Jacob sin una guía central y afrontando las crueles persecuciones a las que durante dos mil años fueron sometidos por errores antiguos (el antisemitismo cristiano felizmente superado por la Iglesia) y modernos (el antisemitismo racial, darwiniano, ateo y científico que culminó en el Holocausto). No hay historia de fidelidad y de amor más heroica y conmovedora que la que unió durante dos milenios a este pueblo perseguido y sin tierra con su Dios. Ya cinco siglos antes de Cristo, en el exilio de Babilonia, cantaban en el salmo 136: "Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías".
Sevilla tuvo su comunidad judía desde la destrucción del primer Templo en el 587 a. C., según la tradición, o desde el siglo IV, según los testimonios más antiguos conservados. Viviendo unas veces más y otras menos perseguida bajo los visigodos, los musulmanes y los castellanos hasta la matanza de 1391 y la expulsión de 1483. El profesor Rafael Cómez, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, miembro honorario de The Jewish Museum de Nueva York y estudioso de los trasvases culturales en la Sevilla medieval, ha dedicado un recomendable, hermoso y documentado libro a las sinagogas de la comunidad judía sevillana (Sinagogas de Sevilla, Arte Hispalense, Diputación de Sevilla) que hoy se llaman Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé. Está escrito con rigor y pasión, además de generosidad divulgativa: una combinación no siempre presente en nuestros trabajos académicos.
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