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María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

No se engañe, es pereza

Los políticos se fijan retos para superar el síndrome postvacacional, pero esto sólo se cura trabajando

No se engañe. El síndrome postvacacional no existe. Nadie niega el esfuerzo que supone volver a la rutina. Pero es mera pereza, no tema. Quizás nostalgia y eso, si me apura, es hasta sano. No es una enfermedad, es un estado de ánimo que, en función de su situación laboral, pasa antes o después. Que le pregunten a los autónomos...

Eso sí, el virus brota cada septiembre y da pie a multitud de titulares, consultas psicológicas y otros inventos. ¿No han oído aún que comer chocolate negro, espinacas o filetes de pollo ayudan a superar los síntomas? El cacao, si es un 70% puro, reduce los niveles de hormonas relacionadas con el estrés; el ácido fólico de la verdura es esencial para aportar vitalidad al organismo; y la carne de ave evita la fatiga y aporta energía gracias a la vitamina B12. De manual de primero de nutrición, pero no se puede negar que resulta muy cool como argumento en esos reencuentros de oficina donde los adultos reclaman horarios progresivos para los primeros días de septiembre al mismo tiempo que abogan por abolir, o al menos reducir a lo mínimo, las jornadas de adaptación de los niños en el cole. Curioso.

Conversaciones recurrentes con fecha de inicio: ¿por qué no se habla del síndrome a finales de julio o septiembre?, meses en los que muchos se toman sus días de relax. Y también de caducidad: duran lo que la empresa, el jefe, el cliente o la voluntad del trabajador quiera. Va a ser que el síndrome se cura simplemente trabajando y leyendo menos consejos de life style.

Oído en una barra de bar (a menudo esto supera cualquier investigación empírica): a ver cuándo se ponen a trabajar los políticos, que la ciudad está penosa y a ellos hace semanas que se les espera. Los políticos también tienen derecho a vacacionar, claro... O no. Un servidor público nunca descansa. Y, si lo hace, que es realmente lo humano y muy recomendable, no debería parecerlo. Sevilla nunca duerme siesta, ni se va a la playa. La ciudad ya no se vacía en agosto. Hace ya tiempo que en la capital no hay temporada baja. Dicen en el sector que ya sólo hay alta y media y el tránsito que ha habido en la calle Sierpes o Cuna a las cinco de la tarde de cualquier domingo de agosto es la mejor prueba. Y eso es en el centro y zonas de más afluencia turística. Porque en el resto de la ciudad, al margen de zonas residenciales más cotizadas, la única rutina que muchos cambian en agosto es la hora de bajar las persianas. Ahí las depresiones son otras y lo único que desocupa las calles es el calor. Y este agosto ha dado para pocos directos a pie de termómetro.

El foco ha estado puesto en otros temas que tampoco son necesariamente los que los partidos de la oposición enlatan para ir soltando cada día de agosto, adobados con ratas en parques y pringue en las aceras. ¿Cuáles son? Abra los ojos y piense. Seguro que los políticos ya tienen su particular lista: los retos del nuevo curso. Es su forma de superar el síndrome postvacacional. Pero Sevilla no entiende de eso. Y después de medio año perdido en batallas electorales, y lo que amenaza, el mejor remedio es ponerse a trabajar. En serio. Sin pereza.

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