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Me gusta la idea que han tenido los promotores del Festival de Trailers falsos, presentado en Sitges, que continuará su andadura en la red hasta finales de año, y en el que han comparecido nombres ilustres motivando a los primerizos. No creo que sea ofensivo decir que entre el tráiler que ha colgado en la Red el ínclito Jaume Balagueró, una enésima versión de El Exorcista, y la presumible película que de aquí a unos años podría cristalizar si algún productor aventurero se atreviera a impulsar esta secuela, no habría tanta diferencia. O dicho de otro modo. Que los dos minutos del tráiler valen tanto como el propio filme. O más. Porque son más eficaces. Porque concentran su esencia. Y están escritos con la caligrafía que mejor se entiende y asimila hoy en día.

Sí, señores. A mí me da que nos ha deformado la publicidad. Con sus ritmos. Con sus tiempos. Con sus lenguajes. Y eso provoca que en cuento nos topamos con una narración con otra cadencia nos desesperemos. Por eso se acopla tan bien este nuevo festival de trailers falsos a los gustos del público. Porque donde haya un buen tráiler, parece decir el lema, que se quite la película.

Por cierto, algunos espectadores se han quejado de que dos de los trailers de películas de aquí y de ahora son malos porque destripan el contenido de los productos que anuncian. Tanto El niño del pijama de rayas como Camino desmenuzan, cronológicamente, la historia que cuentan en 93 y 143 minutos respectivamente. Y, claro, así no hay lugar para la sorpresa. El común de los espectadores dice que, con ver la promoción, ya ha visto la película. Y a algunos no les falta razón. Ese problema no lo van a tener en el Festival de Trailers falsos. Que no destripan nada. Porque sus piezas son fin en sí mismas.

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