La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
Extinguida en Europa durante las glaciaciones cuaternarias, la acacia blanca o bastarda (Robinia pseudoacacia) regresaría en el siglo XVII desde los ribereños bosques que surcan los Montes Apalaches, siendo una de las primeras plantas provenientes de las tierras norteamericanas colonizadas. Debe ser considerado, por tanto, un árbol europeo por derecho propio. Es comúnmente aceptado que la primera robinia que reimplantó sus raíces en el Viejo Continente procede de una semilla importada por un naturalista inglés en 1601 y cultivada por los botánicos de la realeza francesa Jean Robin y su hijo Vespasien. Cargado de historia y resistiendo el inexorable discurrir de los tiempos, este monumento viviente aún puede disfrutarse junto a los sillares medievales de la iglesia Saint-Julien-le-Pauvre, a orillas del Sena y cerca de la catedral de Notre-Dame. Catalogado como el árbol más vetusto de la ciudad, los parisinos lo cuidan y lo adoran.
Presente en España desde el siglo XVIII y naturalizada en comarcas de las costas cantábrica y mediterránea, la robinia es una de las tres falsas acacias -junto a la acacia del Japón y la acacia de tres espinas- que nos acompañan en Sevilla, pues no pertenecen al género Acacia. Es una leguminosa rústica de ramas espinosas que se adapta bien al ambiente urbano, ofreciéndonos unas bellas inflorescencias péndulas de flores blancas amariposadas con tintes verdosos en sus pétalos-estandarte, fragantes y melíferas. Con una compacta madera apreciada en ebanistería y construcción, sus raíces protegen de la erosión y enriquecen el suelo al fijar el nitrógeno atmosférico. Plantadas con profusión en zonas ajardinadas de diversos barrios sevillanos durante la primera mitad del siglo XX, muchas han desaparecido de nuestras calles al ser sustituidas últimamente por acacias del Japón o tipuanas. A pesar de ello, espléndidas robinias se yerguen orgullosas en la avenida de la Palmera, varios campus universitarios, los parques de María Luisa y de los Príncipes, Paseo Catalina de Ribera o jardines del monasterio de La Cartuja. Existen cultivares de flores rosadas casque rouge que pueden admirarse en enclaves como las calles Martín Villa y Campana.
Conviene estimar que sus valores estéticos, su agradable sombra veraniega, el aroma, su aporte de néctar melífero y la mejora de los suelos son motivos suficientes para mantener a estos hermosos árboles en nuestro entorno, pues retornaron de lejanas tierras como un regalo para la madre Europa y para la ciudad hispalense, que tan importante papel jugó en el descubrimiento y el desarrollo del Nuevo Mundo. Sus racimos floridos colgantes, semejando arbóreos pendientes de perlas que engalanan la urbe, nos asombran y nos sumergen año tras año en la plenitud de la colorida primavera sevillana.
"Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,/ de los ojos de Dios,/ de la pasión perfecta./ ¡Árboles!/ ¿Conocerán vuestras raíces toscas/ mi corazón en tierra?" ( Federico García Lorca).
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