
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La hora de Mazón
La ciudad y los días
Solo en los dibujos animados las tiendas y los bares se abren solos, como si tuvieran vida propia, y las mesas y las sillas salen andando sobre sus patitas para ocupar las calles. En la vida real deben obtener licencias de apertura y de ocupación de las calles. Y esto corresponde a la autoridad municipal. Al igual que vigilar cuantas tiendas de recuerdos y baratijas, y con qué decoraciones, y cuantos bares, y con qué número de veladores, se abren en las calles más significadas del corazón del casco histórico de una ciudad con un patrimonio monumental y cotidiano digno de conservarse.
Una ciudad no es un museo, sino algo vivo. Pero si no se administran las licencias de comercios, de bares y de veladores, si no se protegen determinadas fachadas, escaparates e interiores –respetando por supuesto el cambio de uso– y no se aplica una normativa de zona saturada de un determinado tipo de comercio de baratijas turísticas y se deja que calles de gran valor patrimonial se conviertan en una sucesión de locales horteras montados a prisa y corriendo tras cargarse fachadas, marquesinas y escaparates que no están protegidos como monumentos de la vida cotidiana. Si no se aplica una normativa de zona saturada de bares y veladores, y calles enteras son una ininterrumpida sucesión de bares con las aceras y las plazas invadidas por veladores. Si se dan licencias como en la cabalgata se tiran caramelos o se mira para otro lado, estas calles y plazas, comercio hortera a comercio hortera, velador a velador, acaban degradándose hasta convertirse en comederos al aire libre y zocos cutres.
Pasen por la plaza de Doña Elvira, Mateos Gago, Alemanes, Cuesta del Bacalao, Francos, el Salvador o la Encarnación y vean como son una ininterrumpida sucesión de bares y veladores, de comercios cutres, chillones, horteras, que nunca debieron autorizarse ni en tan gran número ni con esta estética. La palabra gentrificación designa el proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo. En los últimos 25 años, y bajo alcaldes del PSOE y el PP, este proceso ha afectado al corazón histórico de Sevilla. Una ciudad no es un museo, repito, sino algo vivo. Pero la vida del corazón de nuestro centro histórico es la de una bulliciosa gusanera sobre un cadáver.
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