Qué frío bajo techo! -le digo-. Ni que Bogotá la hubiera fundado uno de Sevilla". "Pues casi -me responde-. No olvides que Hernán Jiménez de Quesada parece que era granadino". Nos reímos, y siento que así se me va un poco el frío. Estoy con la escritora colombiana Alejandra Jaramillo en un pequeño restaurante bogotano. Me cuenta que acaba de concluir una novela centrada en el viaje de ida y vuelta de dos mujeres, una sevillana y una indígena muisca, a la Sevilla y la Bogotá del XVII. Charlamos encogidas, sin quitarnos los abrigos, las solapas hacia arriba. La puerta del local está abierta, sentimos la humedad de la lluvia que no cesa. Me sorprende que en ciudades como Bogotá, Quito o La Paz, construidas rozando o rebasando los 3.000 metros de altitud, no haya visto una calefacción ni en fotografía. Hace frío aquí dentro, doquiera que sea aquí: hoteles, edificios públicos, pisitos, lujosos apartamentos de Bogotá Norte… Interviene ello, pensamos, una extraña mentalidad, cierta resignación histórica al frío relativo. Así mismo sucede en nuestra ciudad, y comienza a sentirse ya en los hogares de Sevilla. Cómo nos sorprende -diría que casi nos divierte- contemplar a alemanes, danesas, finlandesas, zamoranos o burgalesas que vienen a vivir a la ciudad, asustadas del frío que aquí pasan. Lo típico de Sevilla -y no suficientemente ponderado- no es el calor que hace en la calle: es el frío que hace dentro de las casas y los bares.

A esta manía que tenemos de no acabar de sacarnos el frío del cuerpo, se suma un factor que da cuenta del contraste de nuestra ciudad con respecto a las del norte. Seis de los 15 barrios más pobres de España son nuestros, en ellos viven nuestros vecinos. En esos barrios se pasa frío no sólo por hábito, también por mucha necesidad. En estos tiempos raros, en que el asco al pobre se ha propagado intencionadamente incluso entre quienes viven al día, la pobreza energética se esparce invisiblemente entre muchos de nuestros vecinos, que si encienden el brasero o cambian las ventanas no llegan a fin de mes. Hace unas semanas se ha celebrado en Sevilla el lanzamiento del proyecto europeo Powerty, que persigue que los pobres energéticos puedan usar energías renovables a bajo coste. Necesitamos ver los resultados, necesitamos una apuesta de verdad de la Junta y del Ayuntamiento por viviendas acondicionadas y soluciones verdes contra la pobreza energética. Que digo yo que con el sol que luce en nuestro cielo podríamos ser energéticamente mucho más igualitarios y felices. Insisto desde acá en esta idea, asomando los dedos fríos hacia las teclas, mientras pienso en la bata -ese abrigo de andar por casa- que me aguarda colgada detrás de la puerta de un cuartito de Triana.

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