Cabalgar la hipocresía

13 de septiembre 2025 - 03:09

Pablo Iglesias e Irene Montero han decidido llevar a sus hijos a un colegio privado-progre. Nada nuevo bajo el sol. Desde siempre, las elites de la izquierda han mandado a sus vástagos a centros de educación exclusivos con idearios vagamente izquierdistas. En Sevilla, durante la Transición y primeras décadas de la democracia, el colegio Aljarafe era el preferido de aquellos políticos y profesionales con acento progresista. Tengo no pocos amigos que estudiaron allí, y con buenos resultados. Mientras algunos estábamos formando en el patio o apelotonados en un aula de un colegio de curas de toda la vida o un instituto, los chicos del Aljarafe se dedicaban a cultivar un huerto, practicar la pintura al plein air o a recibir clases socráticas por los pinares de Tartessos. Eso que se llevaron para su cuerpo. Imagino que también tendrían sus horas mártires de Matemáticas y Física, pero eso no lo contaban. Después estudiaron sus carreras universitarias –en la pública, a la que entonces íbamos todos– con la misma destreza o torpeza que los demás.

Por seguir en Sevilla, muchos se sorprenderían de la cantidad de políticos de izquierdas que llevan o han llevado a sus hijos a colegios como el no tan progre San Francisco de Paula, cuyo alto nivel académico y tarifas lo convierten en una especie de Eton sin etiqueta ni duques. Nada hay que reprocharles. Gastarse el dinero en lo que ellos consideran la mejor educación para sus retoños siempre será más respetable que hacerlo en pasar las vacaciones atiborrándose de Bacardí-Cola en una playa caribeña de agua calentorra y marisco insulso.

El problema está cuando esos mismos que llevan a sus hijos a carísimos colegios mantienen discursos en los que se demoniza continuamente a la educación privada o concertada por clasista e, incluso, racista. Eso no se llama “cabalgar contradicciones”, sino simplemente hipocresía. Es el caso de Pablo Iglesias e Irene Montero, que, exagerando, son algo así como los Ceau?escu de la izquierda española actual. Los dos, juntos o por separado, llevan años tomándole el pelo a su electorado, que sin embargo sigue siéndole fiel, tragándose los chalets, las chachas y las vacaciones de lujo de sus amados timoneles. Incluso les financian sus negocietes hosteleros. Pablo e Irene son consciente de que cualquier militancia en un partido supone una merma en la capacidad crítica de las víctimas. Y le sacan rendimiento. Ellos a vivir, los demás a votar.

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