SI no tiene bolívares o nadie que le recoja en el aeropuerto de Caracas, no tiene fácil ir a la ciudad. Los bancos tienen prohibido cambiar moneda extranjera por bolívares. Sólo unas misteriosas casas de cambio pueden legalmente hacerlo.
Ante las dificultades, la gente se busca la vida. Numerosos cambistas privados merodean por todos sitios. Desde el propio aeropuerto a los restaurantes más elegantes y en los hoteles internacionales, es posible cambiar dólares o euros al tipo de cambio del mercado negro.
Si lo hace en una casa de cambio, le darán 8,2 bolívares por euro. Si lo hace en el mercado negro, puede conseguir hasta 40 bolívares. Esta brutal diferencia ha generado una completa sequía de dólares oficiales, porque la gente, las empresas, todos los agentes, los atesoran para poder cambiarlos en el mercado paralelo y así poder sobrevivir.
Sobrevivir porque la situación del país es represiva no solo desde el punto de vista político. En las zonas productoras agrarias o ganaderas, el ejército realiza frecuentes incursiones para obligar a los campesinos y ganaderos a vender sus productos en el mercado a los precios fijados oficialmente. Un kilo de carne de vacuno, 28 bolívares; un kilo de lechugas, 12.
A esos precios, los productores pierden dinero y tienen dos opciones. O vender ilegalmente sus productos -corriendo el riesgo de ser denunciados- o cerrar, sin que tengan una alternativa al trabajo actual.
A pesar de la represión ejercida sobre los precios, la inflación es galopante. Ayer se hizo público el dato del IPC. Durante el primer semestre de este año el índice acumulado ha alcanzado casi el 50% y se prevé siga elevándose. La imposibilidad de importar fertilizantes y semillas del exterior por la escasez de dólares, está reduciendo la producción con carácter generalizado y, en consecuencia, elevando los precios. En algunas zonas, campos enteros se quedan sin cultivar por la ausencia de semillas.
La destrucción generalizada de empresas en todos los sectores, está provocando la caída de la producción y la sustitución, a gran escala, por importaciones. Cada vez se produce menos y se importa más, agudizando el problema de escasez de dólares.
Ni siquiera la política del Gobierno de regalar la gasolina puede compensar la inflación generalizada en el resto de sectores. Llenar un depósito de 80 litros de gasolina cuesta medio euro. Es frecuente dejar como propina un importe superior al coste del combustible.
Con ese panorama, el gobierno anda a la desesperada para combinar una política monetaria no inflacionista con la fijación de un tipo de cambio sobrevalorado siete veces respecto del de mercado. Una misión, técnicamente, imposible.
Café a media tarde en el hotel. Con bolívares comprados legalmente el coste es de 10 euros; con bolívares cambiados por euros en el mercado negro, 2 euros. Como la gente responde a estímulos racionales, el tamaño del mercado negro -y la corrupción- no para de crecer a pesar de las arengas de los responsables políticos. La economía venezolana no se arreglará con discursos. Sólo una vuelta a una mínima ortodoxia monetaria, cambiaria y de levantamiento de controles públicos de los precios evitarán caer más profundamente en el infierno.
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