¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Por la calle Mallen

Del que fuese el primer vivero moderno de Sevilla apenas queda un pequeño jardín donde dormita un gato

Pese a que la calle Mallen, en el barrio de la Calzada, debe su nombre a un antiguo beneficiado de la parroquia de San Roque, quizás su vecino más famoso fue un oriundo de los Alpes franceses, J. P. Martin, quien firmaba sus facturas como arboricultor-floricultor y fundó el primer vivero moderno de Sevilla. Proveedor de la real casa y especializado en la decoración de "salones y teatros para soirées", Martin levantó para su negocio un gran espacio verde en la que entonces era la frontera oriental de la ciudad, junto a las huertas de Berni, Santa Justa y San Benito, pero del que ya apenas queda la vivienda que el galo encargó a Aníbal González en 1910 y un pequeño jardín anexo donde dormita un indolente gato negro. Poco a poco, lo que fue un vergel terminó convirtiéndose en uno de esos barrios duros y un tanto caóticos en los que conviven edificios de solemnidad, como la sede de la Consejería de Obras Públicas, firmada por Cruz y Ortiz, con casas sin gracia ni alma y alguna que otra sorpresa del estilo de la galería Espacio Olvera, nuevo punto de encuentro de la modernidad artística sevillana.

La Casa Mallen, como llaman ahora a la antigua vivienda de J. P. Martin, es uno de esos milagros que aún pueden encontrarse en Nervión, pero que cada vez escasean más. Milagros en forma de villas que nos hablan de unos good times en los que la burguesía sevillana empezó a saltar los antiguos límites de la cerca almohade para construir extramuros, según la moda del momento, una serie de hotelitos que reflejaban todo tipo de fantasías de inspiración regionalista y decó, desde la casa morisca y cortijera hasta el neocaserío vasco. Puede que estos estilos fuesen muy criticados por los intelectuales del momento -entre ellos un joven Romero Murube o un malhumorado don Pío Baroja-, pero hoy, después de los adefesios arquitectónicos de los últimos sesenta años, aparecen ante nuestros ojos cargados de plácido encanto y humanidad.

Como ya se habrán enterado por este periódico gracias a Manolo Ruesga, tras años de vericuetos jurídicos-burocráticos, el Ayuntamiento ha culminado la expropiación de la Casa Mallen (o Mallén, que en esto las fuentes no se ponen de acuerdo) para usarla como equipamiento social. Eso siempre será mejor que la piqueta que ha arrasado tantas villas de Nervión ante la inacción municipal, pero por experiencia sabemos que esta simpática casa, humilde resistente entre gigantes de ladrillo caravista y hormigón, cambiará su actual y elegante aspecto, con su jardín descuidado y sus imperfecciones, por otro más remilgado y funcionarial. Lo sentimos por el gato. Y por nosotros.

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