TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Sueños esféricos

Juan Antonio / solís

Aquellas camisetas de Café do Brasil

CON 12 años de edad, tu mundo puede girar en torno a un Tango Adidas. La órbita que circunda ese astro se completa en el tiempo que discurre entre un partido de potrero y el siguiente. Así consumíamos la pandilla horas y horas en aquella Sevilla tardofranquista, ajada por la delincuencia y la heroína. Pero esa primavera del 82 fue especial: la selección brasileña desembarcó en la ciudad. Apenas habíamos visto jugar a Zico, Sócrates, Cerezo o Júnior, apenas sabíamos nada de ellos, que entonces las únicas redes sociales que conocíamos eran las de las porterías del Polideportivo. Pero descubrimos que Brasil jugaba el fútbol que nosotros soñábamos jugar, el de la fantasía como principio y fin. Y la festiva marea brasileña no pasó por Sevilla como los americanos pasaron por Villar del Río en Bienvenido Míster Marshall. Ellos sí que se dejaron abrazar. Y abrazaron. Fueron unas semanas en las que los sevillanos comíamos caracoles alborozados por los ritmos de samba de las batucadas que inundaron la ciudad. Además, la firma Café do Brasil hizo que por todos los rincones hormiguearan brasileños y lugareños con esas camisetas de finísimo algodón amarillo que lucían el 10 de Zico.

Los sevillanos nos hicimos también de Brasil en ese Mundial. Miramos para otro lado cuando el árbitro Lamo del Castillo atracó a los rusos en Nervión; vibramos con las goleadas a Escocia y Nueva Zelanda en Heliópolis. Y esos tres goles de Rossi en Sarriá que reventaron el jogo bonito nos dolieron casi como propios.

Han pasado 31 años de aquello. Les devolvimos la visita y la afición brasileña, lejos de corresponder a nuestra amistosa acogida de entonces, nos ha arrojado un fuego hostil y amarillo que terminó por consumirnos en la final. Esa hostilidad manó de una certeza: los niños del mundo no sueñan hoy con jugar como aquellos brasileños del 82. La camiseta de sus delirios no es amarilla. Es roja. Con ella volveremos allí en un año.

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