La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
Relatos de verano
EN recuerdo de los cines de verano que perdimos). Hasta aquella noche, Candela no supo ni entendió absolutamente nada. Se hubiera negado en redondo, de hecho, a vivir allí, de haber sabido lo de los fenómenos extraños, lo del suicidio del psiquiatra y el revuelo que por aquel entonces se formó en el barrio: la tele, los vecinos testimoniando, los de Toxicología y hasta parasicólogos, con su ferretería de cazafantasmas y sus aparatos de grabar psicofonías… Las psicofonías, contó a Cuarto Milenio Felipe, el del bar La Vega, como prueba concluyente de que nos ha hablado, con voz en off', San Juan Bosco, para advertirnos de que el cine que allí hubo antiguamente abrió sus puertas sin que ningún cura bendijera con hisopo e incienso su botadura. Cinematógrafo Fausto. Cine bajo las estrellas, vulgo El Fausto o El comechumbos. Ese era el nombre, supo Candela aquella noche, del cine de verano que estuvo donde ella ahora tiene su casa encantada.
Estas cosas debieran saberlas los arquitectos, los arqueólogos, los constructores, los hipotecados y los inquilinos, el comerciante a la caza de local, el interiorista que pretenda enderezar el cuadro ladeado, los servicios de emergencias y los funerarios, los niños que duermen poco: los edificios que se construyen sobre antiguos cines están endemoniados. Por ley, habría de advertirse en los anuncios: "SE ALQUILA PISO, PRIMERAS CALIDADES, SEGUNDA PLANTA, TRES DORMITORIOS, SIN AMUEBLAR. RECIENTE CONSTRUCCIÓN SOBRE UN CINE DE VERANO. ABSTÉNGANSE EMBARAZADAS Y PERSONAS CON EPILEPSIA O ENFERMEDADES CORONARIAS". Las casas construidas donde antes hubo un cine se venden tarde y mal, peor incluso que los caserones enclavados en cementerios abandonados. Cuando la excavadora entra donde antes hubo un camposanto, exhuma jirones de tela, cadáveres bellísimamente enmohecidos, el zapato de un difunto; algún casco o tesorillo si es necrópolis romana; efigies culonas, si allí murieron íberos; urnas, en el caso de ciertos pueblos indoeuropeos; la foto que el viudo puso junto al nombre de mármol de su esposa, ánforas, fémures…, pamplinas funerarias.
En cambio, dicen, cuando se hurga en los cimientos de un cine no se desentierran cacharros sino pasiones, las peores pasiones, en concreto, que son las contenidas. Se revuelven no sólo las emociones inmortalizadas en 35 milímetros, fijadas con mejunjes y apiladas luego en latas; ante todo, se vuelve a agitar el estremecimiento del público, que ya se había asentado; la vibración cristalizada de quienes, a oscuras y en silencio, película a película, verano tras verano, allí lloraron, charlaron, rieron sin parar, se besaron, sintieron miedo, intriga, deseo. El boom inmobiliario, con su vasta maquinaria, removió la tierra donde antes, por mayo, florecía ElFausto. Junto a la polvareda, se alzaron también el pasmo de los pasmados, el rubor de las ruborizadas, las carcajadas de las risueñas, el miedo del timorato. Rebrotaron además, en su último y rabioso estertor, el fuego de las noches caliginosas, la fragancia espesa de la dama de noche, el frescor del botellín helado y el resplandor que delata a espectadores furtivos, que en tirantas y gayumbos ven la peli desde los balcones cercanos. De mayo del 52 a septiembre del 91: incontables las pasiones reveladas, rebeladas.
"TRES DORMITORIOS, DOS CUARTOS DE BAÑO". Porque Candela no lo sabía, "SUELO GRESITE", porque no era del barrio, "COCINA AMUEBLADA", se metió a comprar el piso. "OPCIÓN A GARAJE". Nadie dijo nada. En aquel vecindario es costumbre no advertir, "FACILIDADES DE PAGO", sino sonreír amablemente y callarse mucho, "PATIO COMUNITARIO", lo del cine y los fenómenos paranormales, para recibir luego con risas locas y palmadas en la espalda la entrada de una nueva alma al Purgatorio. "RESIDENCIAL FAUSTO: TU HOGAR EN TRIANA".
A Candela le encandiló desde el principio aquel patio de vecinos. Le recordaba, en versión remozada, el Corral del Coliseo de la calle Alcázares. Pero lo que hizo que se decidiera definitivamente por aquel patio y pisito fue -además del precio irrisorio- algo prescindible, irrelevante a todas luces, y que le fascinó y vibró muy bien desde el principio: la presencia majestuosa, en el dormitorio, de un armario antiguo labrado con primor por manos de orfebre y con una gran luna en la puerta. Su viejo espejo, lleno de grietas, de azogue imperfecto, deformaba un tanto la imagen de quien en él se miraba. Candela jugaba a sostener la teoría peliculera de que ese mueble desvencijado era un muro maestro y que, si se moviera, se derrumbaría no sólo la casa, también la Giralda, la ciudad, los puentes y el río, y la hecatombe se reflejaría, deformada y terrible, en el espejo.
Aquella fría noche de diciembre, en el bar La Vega, Felipe por fin se lo contó todo. Para que ella entendiera por qué en el bajo no cuajaban los negocios, por qué Isabelita daba a las ocho el grito de Tarzán, por qué el cartero, tan ateo, se persigna al entrar al patio con el ímpetu del mayor temeroso de Dios. La respuesta a que esa vecindad fuera un cuadro de El Bosco estaba en el Cinematógrafo Fausto y Mefistófeles. Cine bajo las estrellas, en El Fausto, el viejo cine de verano Fausto…
También te puede interesar
Lo último