Sueños esféricos
Juan Antonio Solís
El derbi es otro código y el Sevilla lo descifra mejor
Se llama Carlos Cuerpo y es de Badajoz. Es el ministro de Economía menos conocido de la reciente historia española, donde figuran con letras mayúsculas los nombres de Enrique Fuentes Quintana, Fernando Abril Martorell, Miguel Boyer, Pedro Solbes, Luis de Guindos y Nadia Calviño, pero la escasa proyección de este pacense nacido dos años antes de que Felipe González ganase sus primeras elecciones generales no es un demérito personal, sino el síntoma de una legislatura que hasta ahora sólo ha tenido a Cataluña como objetivo y que se sustenta no en una mayoría frankenstein, sino cuántica, porque Junts está y no está, como su líder Puigdemont, que se teletransporta desde Waterloo a la calle Trafalgar de Barcelona sin que nadie sea capaz de atraparlo. Antes de marcharse de vacaciones, los diputados de Junts tumbaron el inicio de la tramitación de los Presupuestos. Sin su participación no hay mayoría ni legislatura.
A Carlos Cuerpo lo escuchamos hablando japonés en Tokio al principio del verano y ahora también puede presumir de buenos datos, esta semana se ha conocido que la economía española crece por encima de la media europea; que la inflación se ha controlado y se sitúa en el 2,8%, y que el turismo marcará nuevos récords, porque en julio se llegaron a emplear a 2,9 millones de trabajadores, lo que supone un incremento del 4% respecto al mismo mes del año anterior. Su antecesora, Nadia Calviño, dejó el trabajo bien hecho, los fondos europeos están llegando a pesar de los malos augurios y la solución ibérica embridó los precios de la energía, pero nada de esto puntúa en esta legislatura consumida por la extrema debilidad de una coalición líquida que apenas aporta estabilidad.
Ésta es una de las paradojas del sanchismo, que la frivolidad con la que se maneja en casi todos los asuntos –incluido, el de su esposa– salva a los económicos.
Una verdad no tapa a la otra, aunque si la economía andase mal, Pedro Sánchez no hubiera aguantado una legislatura en la que se abre paso una reforma del modelo de Estado que sólo contenta a unos pocos catalanes –ni siquiera a todos– y que más allá del Ebro provoca rechazo en todo el arco político, de izquierda a derecha. Sánchez es tan audaz como temerario, pero la supuesta solución plurinacional que sólo ha ideado para lograr la investidura de Salvador Illa lo terminará engullendo, esta será su última legislatura, dure lo que dure. Con algo de suerte, y la tiene, se prolongará aún bastante más, pero en su propio partido comienzan a planificar el trance pos sanchista.
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