¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El profesor Macarro, escuela de libertad
Afinales de octubre pasado, cerró definitivamente la librería Hispalex, especializada en libros de Derecho, con más de treinta años de andadura. Fue fundada en 1991, por los entonces muy jóvenes hermanos Valdayo del Toro, José Manuel y Antonio. Ambos, durante todo este tiempo, en unión de su equipo, han ejercido siempre como ilusionados libreros. Este cierre ha pasado desapercibido para los mismos medios que el pasado verano denunciaban airados la posible desaparición -por la misma causa: la falta de viabilidad económica- de otra librería en nuestra ciudad. El tratamiento que recibió Caótica (que así se llama) hacía evidente que para muchos no es lo mismo que cierre una librería que una tienda de ultramarinos o de telefonía móvil. Desencadenó una movilización muy cool, a la que se adhirieron rápidamente -en defensa de la cultura, por supuesto- bastantes que probablemente nunca habían pisado la librería. Resultó un tanto exagerado y artificioso pero dese por bien empleado (y soportado) si el negocio, como parece (y deseamos), sigue abierto.
Además de los motivos generales que afectan al mundo del libro y que explican en parte el cierre de Hispalex, en el ámbito concreto del Derecho, del libro jurídico, hay otras causas que le incumben específicamente. Quizá la más evidente sea el abandono por el jurista (de toda condición) del papel y de los materiales impresos en general. Las bases de datos y las publicaciones en línea se han impuesto, ganando necesariamente cada vez más usuarios. Pero es innegable también que existe un perceptible descenso del nivel cultural de quienes nos dedicamos a las profesiones jurídicas, algo que repercute de forma directa, desde hace años, en las cifras de ventas. Ello es entendible a la vista de unas generaciones de estudiantes acostumbrados a no comprar ni un libro durante sus estudios de Derecho, habito que por supuesto no modifican una vez ingresados en la vida profesional. Todo suma y todo explica. La notoria falta de calidad, por ejemplo, que presentan últimamente nuestras normas, con las leyes que se hacen en el parlamento a la cabeza, no hay que atribuirla sólo a que provengan muchas veces de las ocurrencias y los disparates de los políticos de turno, sino en gran medida al escaso nivel intelectual y capacitación técnica de quienes han de elaborarlas y luego interpretarlas y aplicarlas.
La desaparición de Hispalex ha dejado huérfanos a quienes tenían una cita periódica con sus mesas de novedades, nutridas y bien trabajadas, y a quienes confiaban en su ágil sistema de pedidos para las urgencias bibliográficas. Sus propietarios, siempre con un punto de inocultable romanticismo, han ganado y perdido dinero a lo largo de todo este tiempo, como corresponde a cualquier empresa. Han llegado hasta donde han podido. Pero desde luego este cierre no es para que nos enorgullezcamos los juristas y los profesionales del Derecho sevillanos, por lo que, en cierta manera, dice de nosotros. William Blades, en Los enemigos de los libros, en su listado de qué y quiénes los ponen en peligro, incluye a la ignorancia como gran destructora de estos. Sin duda, ésta se encarna en la indiferencia y el empobrecimiento intelectual, esos que conducen directamente a la desafección de los lectores; algo que por desgracia en nuestra ciudad Hispalex ya no contribuirá a remediar.
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