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La lluvia en Sevilla

Un ciudadano, un poto

Más que innovar necesitamos valorar que nuestra infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

Que cada balcón de Madrid tenga una planta”, sentencia Ayuso, y a continuación ensaya un leve mohín de Chúpate esa. Esta es una de las ideas que propone para luchar contra el cambio climático. Un ciudadano, un poto. A grandes males, grandes remedios. Lo que no ha explicado es si la maceta se la compra cada cual o si la pone la Comunidad, como en otras ocasiones y en diversas Juntas y Xuntas y Generalitats se han repartido –con buen criterio– desde condones a ordenadores para el alumnado sin posibles. Lo mismo cada madrileño se tiene que sacar la pilistra de su propio bolsillo, con lo cual privatizan la responsabilidad y su más que fácil y rápido alivio. O igual te lo suministra el Gobierno de Madrid, con su logo estampado en el tiesto de plástico. Que tiemblen los patios de Córdoba.

Al escuchar las declaraciones, no he podido evitar acordarme de la maceta raquítica, abonada de colillas, que resiste en el portal de mi bloque, de todo bloque, de toda antesala de notaría, de cada oficina del mundo. Macetas que hacen la fotosíntesis a la luz de los plafones, achicharradas de desidia, meadas de vez en cuando, peladas de espanto, que absorben la angustia sin poder transformarla en oxígeno. Esas macetas son una metáfora plena de nuestra falta de consciencia. Y es que es este el principal problema: seguimos sin entender la importancia, sagrada, en sí y para nuestras vidas, de la naturaleza.

Desemboco en Sevilla: en ocasiones, más que innovar necesitamos recordar, volver la vista atrás, para constatar que mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y que estas son cosas importantes para la salud y el clima, pero también para el desarrollo de la sensibilidad y de la conciencia. Al volver la vista atrás entendemos la sabiduría vieja del arriate, del frescor al cruzar una espesura, de las calles angostas y ventiladas, de socaires, de árboles y sombras negadas al presente y al futuro. Los hay que proponen confinar la naturaleza en parques, pues en las calles les estorba para aparcar o sentarse en un velador, y cubre el asfalto de un manto lisérgico de flores de jacaranda, qué horror. Sevilla fue en 2019 la primera ciudad de España en declararse en estado de emergencia climática, y contamos con el dudoso privilegio de nombrar las olas de calor. Combatir los efectos –y, más importante, las causas– del cambio climático no se hace con un poto en la ventana, ni con declarar los centros cívicos como refugios climáticos, cual El Corte Inglés. Deseando estoy de ver, a quien finalmente ostente la alcaldía, cómo apuesta por la buena y verde sombra que nos cobije y hace retoñar en cada barrio el huerto claro donde madura el limonero. Deseandito total. Veremos.

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