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Opinión

José Antonio Mateo Delgado

La cortina de humo educativa

YA hace tiempo que suelen aparecer artículos en prensa incidiendo en la idea de que el profesorado, en general, está poco preparado, mal formado y carece de vocación. El último lo escribió recientemente aquí un inspector de educación, que ahora enseña a enseñar desde su agradable aula de facultad. Curiosamente, la mayoría de esos artículos vienen firmados por expertos que han pisado pocas aulas de Secundaria, y que se ganan bien la vida predicando una pedagogía maravillosa que haría milagros con nuestro alumnado.

Este señor parecía estar molesto porque en el Barómetro Joly de otoño, donde se cuestionaba el origen del desastre educativo que padecemos, sólo un 3% de los padres culpaban al profesorado, mientras que el 25,5% señalaban la penosa gestión de la Administración pública. Supongo que la campaña de descrédito del profesorado no está calando suficientemente en nuestra sociedad. ¿Por qué? La razón es sencilla; cualquier padre ha pisado más veces un instituto que todos estos expertos juntos.

Cualquier padre sabe que es imposible que su hijo reciba una correcta atención individualizada ya que la diversidad de su aula, y la cantidad de alumnos que la comparten, no permite otra pedagogía que la clase magistral, y a duras penas, por muchas monsergas que se nos vendan de una práctica docente participativa, inclusiva, comprensiva, o el último tecnicismo traducido del inglés en el despacho de turno, que en definitiva sólo anuncia lo que a todos los profesores nos gustaría realizar pero resulta imposible.

Cualquier padre sabe que nunca hemos tenido la Formación Profesional y el Bachillerato tan reservados para los escogidos. Se nos vendió un sistema que no segregaba, en nombre del socialismo, y sin embargo nunca ha habido tanta correlación entre las notas y las rentas de los padres. Hace poco, sin ir más lejos, observaba quince páginas de nombres de alumnos excluidos de un Programa de Cualificación Profesional (la única vía que han dejado al alumnado que fracasa), frente a los quince alumnos aceptados.

Cualquier padre sabe que las instalaciones de sus hijos son deplorables, que las bajas de sus profesores no se cubren, que en muchos institutos públicos impera el miedo, y que no existen medidas ni medios para atajar esos problemas. Cualquier padre sabe que repartir ordenadores a destajo, o ponerle la placa al IES de bilingüe, no son más que frivolidades que no arreglarán el problema del alumnado que debería preocuparnos.

Cualquier padre sabe que las vacaciones del profesorado no son ningún invento nuevo, y que siempre habrá profesores que no le gusten especialmente, ¡incluso sin vocación! Menos mal que inspectores, expertos y políticos lo van a arreglar, porque no me cabe la menor duda de que ellos sí tenían claro lo que querían desde que nacieron. Que nadie piense que a la inspección o a la cátedra de Pedagogía se puede acceder enchufándose al discurso que toque, memorizando un puñado de leyes, con la insana intención de no ver más a los adolescentes o de ganar mucho más dinero.

Lo que no sé si saben los padres es la cantidad ingente de los escasos fondos de Educación que se desvía para la formación del profesorado y la gran variedad de interesados que se generan a su alrededor, o las películas que tiene que soportar el profesorado para acreditar su formación. Con una tarta tan jugosa no es de extrañar que muchos intenten cubrir las miserias de nuestro sistema educativo con la ineptitud del profesorado, como si no nos bastase ya con aquellos que lo hacen por puro fanatismo político.

Aun así, no descarto que Antonio Montero lo hiciese por mera equivocación.

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