La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las zonas prohibidas de Sevilla
Todo lo que está rodeando a la nueva investidura de Pedro Sánchez y los pactos bajo vigilancia externa durante la legislatura entera resulta tan excepcional que sólo pueden explicarse desde la excepcionalidad. Es que lo que pasa no es normal.
Hay una explicación favorecedora de la figura de Sánchez y otra desfavorecedora. La primera: el presidente del Gobierno cree sinceramente que un Gobierno del PP con apoyo de la ultraderecha supondría un retroceso histórico para España y una pérdida de los derechos sociales trabajosamente conquistados, y sólo él puede ser el dique que frene esa marea reaccionaria. La segunda: lo que no tiene freno es su ambición de poder y su falta de límites para conservarlo, que le llevan a deteriorar el Estado democrático a cambio de siete votos de los enemigos derechistas de España.
Ahora bien, se piense como se piense sobre tan complicado dilema, todo el mundo estará de acuerdo en que la amnistía y lo que cuelga de ella es un trago indigesto, un proceso incómodo y desagradable, aparte de divisivo. Militantes y votantes socialistas no directamente beneficiarios lo asumen, como mucho, como un mal menor, algo que ha habido que hacer para cerrar el paso a la derecha, aunque sea con la nariz tapada. Como tomar aceite de ricino.
Al rechazo expreso o a la aceptación resignada ha ayudado mucho la identidad de los interlocutores privilegiados seleccionados por Pedro Sánchez para su aventura del muro. Si un CIS en condiciones preguntara a la gente (a la gente corriente, esa inmensa mayoría que no habla de política más que esporádicamente, pero es la que pone y quita gobiernos) a qué líder político español detesta más, apuesto a que el más votado sería Carles Puigdemont. Si le preguntara por los cinco más detestados diría que Puigdemont, Otegi, Junqueras, Rufián y Abascal. Los cuatro primeros son los aliados favoritos de Sánchez.
Eso y las humillaciones a que le están sometiendo -que tienen pinta de prolongarse en el tiempo-, como la negociación de Ginebra, el verificador internacional y todos sus derivados. ¿No se da cuenta este hombre de con quiénes se está encamando ni percibe que es su propia dignidad y autoestima como presidente legítimo del Gobierno de una gran nación lo que está en juego? Me inclino a pensar que anda ciego, ya sea por su ambición o por defender a España de la ultraderecha. Ya se sabe: los dioses ciegan a aquellos a los que quieren perder.
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