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Relatos de verano

César Romero

La estatua ecuestre (1)

César Romero (Sevilla, 1970) es autor de 'Nunca acaba septiembre' (Libros Canto y Cuento, Jerez, 2015), de las novelas 'Campo de minas' (Paréntesis, Sevilla, 2009) y 'Tierra de orates' (FMC, Algeciras, 2001) y de los libros de relatos 'El susurro de los arbustos' (Paréntesis, Sevilla, 2011), 'Todo suena' (Ediciones Irreverentes, Madrid, 2007) y 'La cerilla de Faulkner' (Capela, Sevilla, 1998). Ha escrito reseñas y artículos en diversas revistas culturales y actualmente colabora en los periódicos del Grupo Joly.

La estatua ecuestre (1)

La estatua ecuestre (1)

Para Antonio Rivero Taravillo

Cuando llegó al final de la calle, tras perder varias veces pie y estar a punto de dar en el suelo con sus molidos huesos, levantó la vista y se quedó atónito. De piedra, pensó. La estatua del Generalísimo, del Dictador, de Ese hombre, no estaba en medio de la plaza, en el lugar que venía ocupando desde hacía sesenta años, la mitad de los cuales la había presidido desde el más allá. Había desaparecido. Sólo quedaba la peana. ¿En qué momento la habían retirado? Esa misma tarde había pasado a su vera y allí seguía, con el bronce del pecho condecorado con expresiones insultantes y manchas de pintura, con la mejilla tatuada con una hoz y un martillo, aún vallada. El día anterior una de las asociaciones por la memoria histórica de la ciudad había convocado la enésima manifestación de protesta por el mantenimiento en la plaza principal de una de las más conocidas capitales del país de una estatua en conmemoración del viejo dictador, que llevaba décadas caído en su valle. Y para evitar los incidentes de la última vez, el alcalde había solicitado la protección del monumento. No quería encontrarse con el cuerpo decapitado, como ya sucedió otra vez, y tener que soldar la cabeza ("El soldado con la cabeza soldada" había titulado su pieza del día siguiente el columnista más afamado de la ciudad, dejando ver una vez más de qué pie cojeaba). Ni oír las estentóreas voces que, aprovechando la decapitación y buscando una solución intermedia, pedían que se sustituyera la cabeza del dictador por la del rey que conquistó la villa a los moros, por la de algún militar antiguo cuyo nombre era desconocido para la mayoría de la ciudad o por la del general que valientemente se mantuvo en su sitio cuando la asonada de Tejero. Pero ¿quién ha visto a Gutiérrez Mellado a caballo alguna vez?, ¿y cómo enflaquecer ese cuerpo, porque el general era más bien enteco y el generalísimo, al menos el ecuestre, tenía sus curvas?, se preguntó sucesivamente otro de los columnistas más afamados de la ciudad. Esto no es Logroño, sentenció con la espesa autoridad que le otorgaba haber sido pregonero de la Fiesta Mayor. Y la cabeza se soldó.

"Lo que de verdad gusta en esta ciudad no es la primicia sino la digestión lenta de la noticia, estar dándole vueltas y vueltas durante semanas"

Había cubierto la manifestación para el periódico y redactado una crónica de aluvión sobre el hecho: mucho color local y una perfecta falta de decantación. Su diario no había tomado una posición clara. Lo mismo hoy defendía la retirada del monumento que mañana pedía que se sustituyera por otro personaje que otra cosa. Como los viejos políticos italianos que había puesto en entredicho y los políticos viejos actuales, también italianos, ahora puestos en solfa, su periódico defendía todas las posturas y ninguna, en cada ocasión la que más conviniera a sus intereses. Por eso entonces, a esa hora avanzada de la madrugada, mientras se restregaba los ojos para confirmar que la ausencia de la estatua ecuestre no se debía al mucho alcohol ingerido durante la larga tarde de su viernes de descanso, malgastada con una ex y sus estúpidas amigas en uno de los saturados locales de treintañeros que aún se creen jóvenes pero ya no lo son, sino a la actuación nocturna y sin aviso del gobierno municipal, se preguntaba si debía llamar al periódico y contar lo sucedido. Para la edición impresa ya era tarde, pero la digital podría anotarse el tanto: 31 años después, el dictador deja de presidir nuestra ciudad, o Casi tanto en el Prado como en el Pardo. Lástima que la plaza no fuera la del Prado, qué gran juego de palabras perdido. Pero se acordó de sus compañeros de cierre, uno de los cuales iba a ser despedido en breve (estar en el comité de empresa, además de garantizarle el contrato, y de luchar por los compañeros, claro, le facilitaba el acceso a mucha información privilegiada) y pensó que mejor no llamar. Además, lo que en verdad gusta en esta ciudad no es la primicia sino la digestión lenta de la noticia, estar dándole vueltas y vueltas durante semanas, se dijo poniendo rumbo a su apartamento, con una resaca insufrible y jurándose que no bebería más, que lo del whisky a palo seco da muy bien en las películas pero que fuera de ellas las copas, y los guantazos, te dejan apaleado.Ante las informaciones aparecidas en las últimas horas, y la desinformación interesada de algunas entidades, me veo obligado a hacer públicas las siguientes consideraciones:

1.- No es cierto que ninguna Asociación por la Memoria Histórica ni ningún particular, actuando por su cuenta y riesgo, haya llevado a cabo la acción referente a la estatua ecuestre.

2.- En la noche de anteayer, con el conocimiento de las autoridades autonómicas y la colaboración del Subdelegado del Gobierno, a quien agradezco su discreción y apoyo para garantizar la seguridad ciudadana, ordené que operarios municipales procedieran a la retirada de la estatua del anterior Jefe del Estado de nuestra más señera plaza.

3.- En aras de la protección de la pacífica convivencia de nuestros conciudadanos decidí no anunciar dicha acción, así como no hacer público el lugar donde se va a custodiar la estatua.

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