La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Lo dejamos ya para después de Navidad
La obsesión por borrar el cristianismo ha establecido que en vez de antes de Cristo (a. C.) o después de Cristo (d. C.) se escriba antes de la era común (a. e. c.) o era común (e. c.). Como tantas tonterías puritanas incoloras, inodoras e insípidas la cosa viene de EEUU. Así, se supone, no se hieren sensibilidades ateas o no cristianas y se evita el eurocentrismo que impuso al mundo el calendario juliano (establecido por Julio César el 46 a. C.) y el cristocentrismo que después tomó el nacimiento de Cristo como año uno (AD: Anno Domini) en vez de la fundación de Roma y su posterior reforma en el calendario gregoriano (establecido por el Papa Gregorio XIII en 1582). Roma y la Iglesia, César y el Papa… ¡Y todo en la península itálica! Intolerable, eurocéntrico, supremacista, fundamentalista, teocéntrico.
La Revolución Francesa sustituyó el calendario gregoriano por el Republicano, partiendo de cero a partir de 1792, considerado Año Uno. Pero fue abolido por Napoleón en 1806. La Rusia Soviética también lo intentó, primero pasando del calendario juliano, que era el vigente bajo los zares, al gregoriano en 1918 y después haciendo una reforma radical que estableció el Calendario Revolucionario entre 1929 y 1940. También fracasó. El laicismo puritano consumista ha sido más inteligente: mantiene el calendario gregoriano, visto que es imposible alterarlo, pero ignora y borra que su punto de partida era y es la fecha consensuada como la del nacimiento de Cristo (que realmente tuvo lugar, según la historia comparada de Roma e Israel, unos cuatro años antes de lo establecido), ahora convertida en el no nombrado inicio de la era común.
Al borrar el nombre de Cristo manteniendo la cronología se parte del supuesto de que nadie se preguntará por qué se inició dicha era común. Si alguien lo hace, ¿qué le dirán? ¿Se pueden borrar las aportaciones del judaísmo y el cristianismo sin llevarse con ellas veinticinco o más siglos de cultura? Con el mundo clásico casi lo han logrado. Sobre todo en España, ya que hay países que han dado marcha atrás, como Francia, donde se ha reforzado el estudio del latín y el griego en el bachillerato porque, como ha dicho el ministro de Educación Nacional, "la cuestión principal de nuestra época es cómo este mundo cada vez más tecnológico puede ser un mundo cada vez más humano". Y al igual que el legado clásico, el judeocristiano tampoco puede ignorarse.
También te puede interesar
Lo último