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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los expulsados

Sevilla, algún día, necesitará una Dulce María Cardoso para contar cómo nos echaron de la ciudad

La amplia Sevilla lusófila pudo disfrutar recientemente, en la ya consumada Feria del Libro, de la presencia de Dulce María Cardoso, la escritora que ha removido la memoria colectiva de Portugal con su novela El retorno, un potente monólogo en el que un adolescente recuerda el traumático y repentino regreso de su familia a la metrópoli tras la descolonización de Angola. De la noche a la mañana, miles de personas perdieron su dulce y próspero hogar africano (algunos también la vida) para regresar a un Portugal que veían sucio y desdentado, soportando los insultos y el acoso de los comunistas tristes y los maoístas zumbados, ambas tribus muy abundosas en aquellos últimos setenta. A estas víctimas de la historia les llamaban con el eufemismo de los retornados (aunque algunos llevaban generaciones en África), pero todos sabían que su verdadera condición era la de expulsados. Sencillamente, los habían echado a patadas de sus hogares.

Con menos épica y sin floripondios en las bocachas de los fusiles, en los barrios de Sevilla también hemos vivido históricamente algunos fenómenos de exilios masivos. Quizás el más grave de las épocas recientes -y menos conocido- fue la expulsión de Triana, durante el mesofranquismo, de las familias gitanas que estaban allí asentadas desde el siglo XV para desperdigarlas, también repentinamente, por esa vasta geografía de la marginación periférica que, aún hoy en día, sigue encabezando los informes sobre la miseria urbana en España. Menos dramáticos y más mercantiles, sin embargo, fueron los distintos procesos de desarraigo de la Alameda, cuyos cambios de usos y vecindario a lo largo del tiempo son llamativos: paseo aristocrático, barrio de putas, refugio de la modernidad y el artisteo, gran zona de ocio mainstream de aborígenes y turistas. En la actualidad, la gentrificación se ha extendido a todo el centro y, lo que es más preocupante, a otros barrios cercanos al mismo: Nervión, Triana, El Porvenir, Heliópolis... El Turismo de masas es un insaciable devorador de inmuebles que, tras pesada digestión, convierte en hoteles, pisos turísticos, bares sin barra o tiendas de souvenirs. El centrifugado no ha hecho más que comenzar y, cuando algún expulsado esboza una tímida queja, siempre hay alguien que pone cara de Milton Friedman y grazna: "¡Es el mercado, estúpido!". Son los mismos que, cuando todo esto salte por los aires y los hoteles abandonados sean albergues de gatos, nos vendrán con las monsergas de la necesidad de "contar con un tejido productivo que nos libere de la dependencia turística y bla y bla y bla". Sevilla, algún día, necesitará su Dulce María Cardoso para contar cómo nos echaron de lo mejor de la ciudad a cambio de un delantal.

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