Feliz día de las madres

02 de mayo 2025 - 03:08

Han pasado nueve años desde que se fue y aún me sorprendo buscándola en las cuevas más frías de la tristeza. A veces le hablo a su ausencia, sin darme cuenta, como si pudiera contestarme, como si bastara con cerrar los ojos para volver a escuchar su voz, dura y clara, pero también profunda como una raíz que busca el agua en las profundidades de la tierra. Fue una mujer recia, a veces demasiado dura, lo sé y lo sufrí. Había en ella una fuerza que no dejaba espacio a las debilidades, una manera de amar que, aunque no siempre se notara a primera vista, era firme y constante.

No era de caricias ni palabras suaves, pero estaba en todo, como el aire. Estaba cuando había que sacar adelante las cosas, los problemas; cuando el mundo parecía que se caía y lo sujetaba sin quejarse. A su manera, me enseñó lo que era el amor: no el que se dice, sino el que se demuestra. Echo de menos incluso sus angustiosos silencios, aquellos que tanto me costaba entender de niño, pero que ahora valoro como una forma de cuidado.

Recuerdo cuando me decía que era hijo de una gitana canastera, lo que me hacía llorar y nunca me consolaba. ¡Pero si me parecía a ella hasta en las rótulas! Echo de menos sus reproches y regaños, sus miradas que hablaban más que mil discursos, y esa forma suya de endurecerse para que yo aprendiera a resistir. Porque, aunque entonces no lo comprendiera, hoy sé que cada palabra suya, por dura que sonara, estaba tejida con hilos de preocupación y ternura callada. Me suelo preguntar qué diría de mi vida ahora, si estaría orgullosa, si sonreiría con esa sonrisa breve que se le escapaba cuando pensaba que nadie miraba.

Me aferro a los recuerdos, a su voz cuando cantaba bajito en la cocina, al olor de su ropa, al modo en que me cubría mientras dormía creyendo que no me daba cuenta. Me aferro, porque es lo que me queda de ella. Solo quería decirle a Omá Pepa, que la echo de menos. Que daría cualquier cosa por un último abrazo, aunque fuera de tres segundos, por una última conversación, aunque girara entorno a Juan y Medio, su ídolo. Incluso por uno de aquellos silencios tan llenos de sentido.

La llevo conmigo cada día, en lo que soy, en lo que intento ser. Supongo que me quiso como supo, como pudo o como la dejaron quererme. Gracias por todo, incluso por lo que entonces no entendí. Con todo el amor, su hijo, que tiene demasiado miedo para andar sin madre. ¡La faltita que aún me hace!

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