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La lluvia en Sevilla

La fiesta de la lluvia

Esta lluvia a destiempo no sanará la sed de los pozos. Aun así me acojo a ella, como una fiesta

Ya lo tenía todo dispuesto para escribirles mi artículo (las anotaciones que hago en el móvil camino de cualquier parte, un café, algún razonamiento que llega mientras exprimo las naranjas, incluso tenía un título provisional). Todo salvo las ganas, que hoy –les escribo en la víspera, en un jueves de Corpus que, por suerte, esta vez no brilla más que el sol– no son menos, sino distintas. Minuto y resultado: festivo en Sevilla, mañanita fresca, junio, la casa sosegada, el repiqueteo de la lluvia que se enreda con las vueltas locas del metal de chorrocientas campanas de sonido corpóreo, enterizo. Fuera planes. Haciendo honor al –casi irónico– nombre de esta esquina del Diario desde la que les hablo, les doy crónica de esta lluvia.

Todo esto es peligroso, pónganse el casco: escribir de Sevilla, de la lluvia, del día de Corpus; de la lluvia en Sevilla un día del Corpus, puede llevar a que los descalabre, sin querer, con los ripios de lo lírico, lo nostálgico y lo pintoresco. Además de hacerme tropezar con la piedra más temible, la de hablar de mí misma sin provecho para ustedes. Quien avisa no es traidora. La lluvia –perdona que te diga, Borges– no sucede en el pasado, sucede sobre todo en los poemas. Más aún últimamente, donde no llueve más que en endecasílabos. El día del Corpus sí que sucede, además de en poemas del grupo Cántico, en un trastero de la memoria donde se amontonan la infancia, la juncia, manípulos de altares y mosquitos. Recuerdo un Corpus en el que cayó tal tormenta que se echó la noche en pleno día, no veíamos ni la custodia, y mi padre estaba tan pletórico por causa de aquella agua en la oscurana, que le dio por cantar en bucle el tango Y todo a media luz. De ver a mis mayores, gente de campo, alegrarse tanto cuando llovía supongo que me vendrá mi gran antitrauma: cuando llueve me pongo eufórica.

Esta lluvia alivia y ampara con doble trayectoria. Hacia el pasado, pues si no redime de la sequía al menos sí nos hace pensar en tierra lluviada, en los campos y los arroyos que reciben, aunque sea una poquita, agua retroactiva. Pero también consuela preventivamente: sabemos que pronto llegará la inclemencia del sol y del tiempo que –dicen los titulares– “será más cálido de lo normal”. Dígannos, por lo que más quieran, a quienes vivimos en Sevilla, qué significa concretamente “más cálido de lo normal”. Hoy, cuarenta de mayo, vivimos estas mañanas de agua y frescor como una tregua misericordiosa, cuartelillo inesperado, regalo del cielo en minúsculas que nos toca en suerte. Dice mi viejo que mucha aceituna está perdida, que las cerezas han reventado en el árbol. Esta lluvia a destiempo no sanará la sed de los pozos. Aun así me acojo a ella, como una fiesta.

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