La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Una vez le leí al fotógrafo Arjona que el torero más fotogénico de todos era sin duda Rafael de Paula. Recuerdo hoy, en la muerte de este personaje irrepetible, haber ido hace tiempo, en mis primeros años de aficionado, al estudio que tenía aquel en la Puerta de la Carne para ver sus fotografías en blanco y negro de las figuras de la época (Romero, Ojeda, Manzanares, Muñoz, Espartaco…) que allí mismo vendía. De todas las que nos ofrecía, como en abanico, yo elegí una de Paula, de azabache, dando una media verónica en la plaza de Sevilla, que todavía hoy conservo.
Paula ha sido el último esteta del toreo. En la dicotomía de la edad de oro, al gitano de Jerez hay que encontrarlo en la cuota belmontista, arrebatada y transgresora, esa que rompía por la mitad la escala clásica que impuso Joselito, fina, armónica, arrolladora. No por casualidad, dicen que el apodo de Paula se lo puso el mismo Pasmo de Triana, cuando lo vio torear por primera vez en un tentadero de Gómez Cardeña. Con sus muchas limitaciones físicas y técnicas, ver a Paula torear así, tan de frente, tan cruzado, era como un milagro. No hay una tauromaquia de Rafael de Paula propiamente dicha, porque esa forma de colocarse, de citar, de irse de la cara del toro, no cabe en ningún tratado. Lo de Paula era justamente lo contrario, el arrebato, el genio, la improvisación. Yo creo que por eso tardó casi quince años en confirmar la alternativa que tomó en Ronda de manos de Ordóñez, y por lo mismo, dos de las faenas que más se recuerdan en Madrid son precisamente suyas: la de Vistalegre, en la última tarde de Antonio Bienvenida; y aquella del toro de Martínez Benavides en Las Ventas.
Paula no ha sido, y diría que ni pretendido, lo que se conoce como una figura el toreo. Pero lo que sí ha sido es un artista del toreo en su total expresión, dotado de un aura especial para transmitir de la manera más primaria ese dramatismo tan suyo, rayano casi en el patetismo. Un artista que, en su debilidad de hombre a la deriva, fuera y dentro de la plaza, consiguió entusiasmar (otra herencia de Belmonte) a tantos intelectuales y poetas, de Bergamín a Benítez Reyes, de Murciano a García Baquero. Y que nos enseñó, una tarde de colegio, cómo la más sublime estética del toreo puede caber en una foto en blanco y negro.
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