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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El hermoso silencio electoral

La jornada de reflexión nos recuerda que la base de la democracia es el ciudadano, no los partidos políticos

Cabina electoral.

Cabina electoral. / DS

COMO el confesionario, la alcoba, el cuarto de baño o el sepulcro, la cabina electoral es un espacio para la estricta intimidad. Caben como mucho dos personas, ni una más si se quiere mantener una cierta organización. Cuando alguien con el que no compartes estos ámbitos te pregunta a bocajarro por tu intención de voto es difícil no sentir un cierto pudor, como si se violase un territorio casi sagrado. Yo suelo contestar con un lacónico “a la ultraderecha”, con lo que el curioso impertinente, normalmente autodenominado “moderado”, suele quedarse un tanto desconcertado. La intención de voto es un ramal de la conciencia, un claustro que no debe ser hollado por sandalias ajenas. Hay un vicio para identificar a aquellos que, pese a que repiten machaconamente la palabra libertad, son enemigos de la democracia: su afición al sufragio a mano alzada, aquel en el que el votante se siente desnudo frente a una masa siempre sedienta de unanimidad. Recuerdo cómo en las asambleas universitarias –siempre sospechosamente búlgaras– se pitaba aquellas minorías que no levantaban el brazo en la opción “adecuada”. La democracia, o es íntima o no es.

Los que saben de psicología electoral aseguran que la gran mayoría del censo ya ha elegido su voto –en mi caso es así–, por lo que la jornada de reflexión queda como un fósil de aquella España convulsa de la Transición en la que se creía oportuno un día-bromuro con el que enfriar el apasionamiento político. Aún así, están bien estas horas como de domingo antiguo, con políticos beatíficos paseando por el parque y comiendo con la familia tras semanas de pindongueo mitinero. La jornada de reflexión refuerza ese sentido íntimo del voto y la enseñanza de que la base de la democracia es el ciudadano y su conciencia e intereses, no los partidos políticos.

Hace unos días mi admirado José Antonio Carrizosa, al igual que muchísimos otros periodistas, defendía la derogación de esa norma que prohíbe publicar encuestas electorales unos días antes de la votación. A mí, sin embargo, me parece muy bien. En primer lugar, porque dichos sondeos están sometidos en no pocas ocasiones a manipulaciones interesadas, son herramientas de confusión. En segundo, porque la medida ayuda a esa descompresión necesaria para que el votante se coloque ante la urna como un monje ante su ataúd, con serenidad y confianza en el futuro. El mundo actual está saturado de política y discurso; a nadie le va a hacer daño que durante unas horas o unos días cese el ruido. Es más, podemos decir que es una medida higiénica psicológica y socialmente. Mañana toca votar o no pero, por favor, en medio de un hermoso silencio. Que hay niños durmiendo.

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