La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
La aldaba
La España libre de prejuicios, resentimientos y rencores se siente segura cuando el Ejército acude a los lugares donde se sufren extremas gravedades. El concepto de cultura de defensa ha calado hondo. Las labores para su desarrollo van más allá del territorio patrio y sus fronteras, donde es imprescindible, y se extiende en naciones y mares en peligro donde nuestros militares ejercen misiones de paz y vigilancia tantas veces en primera línea para evitar conflictos. La cultura de defensa es muchas veces preventiva, pero quizás no se valora suficientemente, y en otros casos es activa para salvar vidas, encontrar desaparecidos o rescatar cadáveres a los que dar digna sepultura. En la hora de la verdad siempre se recurre al Ejército en una España que ha evolucionado tanto que no conocemos ya los nombres de los altos mandos, pero sí de los magistrados. Llegan cientos soldados a Valencia porque ya no queda más remedio que recurrir a quienes se mueven por valores de disciplina y esfuerzo. La Unidad Militar de Emergencias se ha convertido en pocos años en una garantía en caso de catástrofes, un sello de calidad y la certeza de las cosas bien hechas en el momento más delicado. La boina amarilla es el símbolo de la acción movilizada ante el desastre. Si queda prestigio en España lo tiene el Ejército como lo tienen organizaciones de la Iglesia como Cáritas. El valor del prestigio no consiste en otra cosa que en poseer la confianza de la gente. Nos fiamos del Ejército, como sabemos que Cáritas hace un buen uso de los recursos que ponemos en sus manos. Los militares se despliegan por Valencia. ¡Qué poco tienen que ver las imágenes de hoy con las de aquellos tanques que se exhibieron por la capital por unas horas en aquella tarde de la asonada de febrero del 81! Los vimos en la pandemia patrullando las ciudades, en los incendios forestales, en el volcán en erupción de La Palma, en tantas zonas sensibles del extranjero coordinados desde el Cuartel General de la Fuerza Terrestre con sede en la capital de Andalucía, y ahora metidos en el fango de un Levante devastado.
Dudamos de nuestros políticos tantas veces, sospechamos de nuestros dirigentes en demasiadas ocasiones porque pierden el tiempo en banalidades que nos dividen en vez de trabajar en iniciativas que nos unan. El desgarro de Valencia nos da de bruces con una realidad que nos supera y desarbola. Por eso recurrimos al Ejército, Santa Bárbara de un país donde el trueno de las estupideces normalizadas nos desvía con mucha frecuencia del objetivo real: consolidar un estado del bienestar fuerte con infraestructuras sólidas, una sanidad pública de confianza y una cultura de la defensa que libre de amenazas todo cuanto hemos creado. Pero una panda de memos a sueldo aprobaban de urgencia la renovación de la RTVE mientras el contador de muertos no paraba de subir en Valencia. Demasiados son indignos de ser diputados del Congreso. Por fortuna nos queda el Ejército y tanta gente buena y limpia de corazón que son los que hacen una sociedad más habitable. Y no los discursos que mindundis a los que pagamos la nómina repiten como papagayos.
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