La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las zonas prohibidas de Sevilla
Antiguamente, cuando el de costalero era un oficio que constaba como tal en los padrones de vecinos o cédulas de vecindad, los pasos no aguantaban una saeta de diez minutos. Dos letritas, la Toná del Cristo (¡Oh, pare de almas…!) y vámonos que nos vamos, que nos esperan en la Catedral. Cuenta la leyenda que la costumbre de mecer los pasos en Sevilla viene de una noche en la que el genio de la saeta gitana, Manuel Torres o Niño de Jerez, alargó en exceso su pieza y el capataz mandó levantar y continuar. Los costaleros, algunos de ellos gitanos de San Román, emocionados con el cante de El Majareta, levantaron el paso obedeciendo al capataz, pero comenzaron a mecerlo para esperar a que Manuel Soto Loreto, que así se llamaba, acabara su obra de arte. Vaya usted a saber si esto fue verdad o es pura leyenda popular. Pero merecería ser cierto.
Viene esto a cuento porque un año más hemos asistido al vergonzoso espectáculo de saetas interminables. Y claro, si volvieran a nacer Torres, el Gloria, Vallejo y la Niña de los Peines y a cantar en el balcón de la sede de El Liberal, con Arturo Pavón como maestro de ceremonia, que duren lo que tengan que durar. Pero por lo general son saeteros aburridos, teatrales, sin pellizco, que más que cantarle al Cachorro o la Macarena, les dan un mitin. Es verdad que hubo un tiempo en que los saeteros hacían una saeta llana, lisa, salmodiada, sin apenas emoción. Pero eso fue hace siglo y medio. En la primera década del pasado siglo llegaron a Sevilla cantaores geniales como el citado Torres, la Serrana, el Gloria y sus hermanas –la Sorda y la Pompi–, y enterraron para siempre la saeta llana, sin pellizco. No tiene sentido, pues, que hayan desenterrado la saeta sin emoción.
Jamás aburrieron Pepe Valencia, Caracol o Mairena, porque eran genios del cante, sobre todo los dos últimos. El problema, pues, es que los que hoy saben cantar no quieren balcones y las hermandades tiran de lo que hay disponible, que lo mismo cantan una saeta que el número del Cupón. Los que saben, los grandes cantaores y las grandes cantaoras deberían ser responsables y no negarse a cantar saetas en los balcones, porque corremos el riesgo de que en unos años haya que buscar intérpretes de la saeta flamenca en la inteligencia artificial. Deberían saber que el hermano menor de la Niña de los Peines, Tomás Pavón, se levantó una noche de la cama para cantarle una saeta al Cristo de los Gitanos. Su mujer, Reyes, le riñó, porque estaba malo. “¿Y qué hago, dejar que le cante cualquiera?”.
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