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Luis Sánchez-Moliní

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El huevo mártir

El adefesio de 'El huevo de Colón', al que ya le tenemos cariño, es un símbolo del maltrato a la herencia del 92

La historia de El huevo de Colón, el regalito a la ciudad de Sevilla con el que el Ayuntamiento de Moscú se retrató allá por el 92, es la de un continuo expolio. Todo conspira contra él: su carne de bronce -material muy codiciado por el chorizo metalúrgico-, su estructura de paneles fácilmente extraíbles; su estética poca agraciada -que le resta respeto ciudadano- y su ubicación en un parque periférico, son una continua invitación a "coge la plancha y corre". Por eso, desde su inauguración no han cesado los robos, como los denunciados ayer por Fernando Pérez Ávila en este periódico.

El monumento nació ya gafado y, pese a que pretendía conmemorar el V Centenario del Descubrimiento, no se pudo montar hasta 1995. Obra del georgiano Zurban Tsereteli,esta escultura resume todo el horror estético del mundo soviético y postsoviético. En este asunto se puede entonar despreocupadamente el "Rusia es culpable". No es un prejuicio personal. Como recordó nuestra jefa de Cultura, Charo Ramos, en un artículo de recomendable lectura, la escultura del autor dedicada a Pedro I el Grande, ubicada en el centro de Moscú y de 94 metros de altura, fue calificada por sus conciudadanos como una de las diez más horrorosas del mundo. Zurban Tsereteli no se limitó a la Santa Rusia y tiene el dudoso honor de haber desperdigado por el mundo un buen número de crímenes estéticos. Si quieren comprobarlo métanse en internet y disfruten de un buen momento de frikismo artístico, muy superior a las esculturitas taurinas-folclóricas-aristocráticas con los que han plagado nuestra ciudad y de las que tanto nos hemos lamentado en otras ocasiones. Pero el tiempo lo ennoblece todo con su pátina y, tras 25 años de convivencia, los sevillanos nos hemos acostumbrado a la elefantiásica presencia del monumento cuando paseamos por el Parque de San Jerónimo o circulamos por la Ronda Super Norte. Eso hace que la obra de Zurban Tsereteli nos resulte tolerable e incluso entrañable, según nos coja el día.

El huevo de Colón es el símbolo, además, del maltrato al que ha sido sometido buena parte del patrimonio escultórico del 92, con dramáticas desapariciones y abandonos que evidencian el poco respeto que le tiene la ciudad no ya a la cultura, sino a la policía urbana. Este huevo mártir, inagotable surtidor de bronce para el hampa del reciclaje, sólo puede salvarse de su particular desollado con una seguridad nocturna más eficaz de los jardines sevillanos. Pero si el Ayuntamiento no es capaz de acabar con el vandalismo en el Parque de María Luisa -la esmeralda verde de la corona hispalense-, ¿cómo va controlar los robos de bronce en el confín de San Jerónimo?

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