La importancia del pronombre

La igualdad y la justicia han padecido el error de Lenin con los pronombres. Porque no son ni deseos ni palabras antagónicas

Casi 50 años después de la revolución que prometía el mundo a los parias de la tierra -los nadie, los invisibles, la pura masa-, los jóvenes post Mayo del 68 comprendieron que el totalitarismo también se puede ejercer, y se ejerce, en nombre de grandes valores. Daba una buena pista uno de los más populares panfletos -no es una palabra peyorativa, aviso a sensibles sin diccionario a mano- de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin: "Libertad para qué". A esas alturas, con las vanguardias artísticas perseguidas o huidas y Praga humillada tras su fallida primavera, la pregunta sonaba siniestra. Sin embargo, el libro en cuestión resultaba en cierta medida pertinente, aunque dudo que fueran cientos los que pasaran de las tres primeras páginas. (Inciso: estoy por abrir un blog de sinceridades y empezar, por ejemplo, con quienes confiesen no haberse terminado El capital o dormirse con Wagner, por tocar varios palos.) Porque en realidad, el inteligente líder de la revolución de los soviets decía libertad cuando quería nombrar privilegios. Y se equivocaba de pleno con el pronombre. Un siglo después la frase tiene sentido si en lugar de para qué nos preguntamos para quién. Porque esa es la cuestión, que diría Hamlet el eterno.

Las palabras, sobre todo las que nombran ideas y no cosas o fenómenos concretos, lo aguantan todo, fuera aparte la rica polisemia de nuestra lengua. En nombre de la libertad se cercenan libertades. En nombre de la voluntad, y el esfuerzo se ridiculizan derechos, como si lo que no se consiga individualmente no tuviera valor. El politólogo Fernando Vallespín suele decir que la gran diferencia entre las sociedades democráticas reside en la consciencia de sus ciudadanos de que sus derechos son fruto de una conquista colectiva y aquellas que las asumen como un maná, algo natural, casi como el clima. Casi podríamos decir que es la tensión entre los modelos europeos y norteamericanos, casi como ver una (mala) película alemana o hollywoodense, las últimas con familias precipitándose a la pobreza por un seguro de salud caducado. Y verdaderamente entre morir en un piso colectivo de las afueras de Moscú o en el Metro de Nueva York de una cuchillada (frase célebre de un señor célebre) la elección resulta difícil, como para pedir el comodín del público. Hablando del esfuerzo y del triunfo personal, es más que recomendable la última novela de Isaac Rosa y la idea de que hay quien ya viene triunfado de casa. Cuando algunos hablan de libertad hablan de la suya, propiamente. Aquella en cuyo bello nombre pueden saltarse una ley (electoral, por ejemplo) y exigir a otros que la cumplan por muchos atenuantes que acumulen. La igualdad y la justicia han padecido el error de Lenin con los pronombres. Porque no son ni deseos ni palabras antagónicas. Libertad, siempre, ahora definamos el para quién.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios