La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
El genio de Madison acuñó en el número 51 del Federalista una idea del control del poder en la República que superaba la imagen clásica de la separación entre ejecutivo, legislativo y judicial. Como no gobiernan ángeles sino hombres, hay que usar la ambición para contrarrestar la ambición, nos dirá Madison, esbozando una teoría del gobierno constitucional como juego de pesos y contrapesos, donde todo poder puede encontrar su contrario. Si miramos hoy la realidad de los USA, el diagnóstico sobre este equilibrio entre los poderes no puede ser optimista. El presidente ha neutralizado al partido republicano, controla ambas cámaras y, siendo inviable su juicio político, la mayoría de los jueces de la Corte Suprema han determinado su inmunidad por actos que buscaban alterar el resultado de las elecciones. La agencias independientes, un factor de racionalización del poder en el anterior mandato de Trump, han visto igualmente reducida su autonomía. Sólo el federalismo, la distribución territorial del poder, parece sobrevivir como contrapeso a la autoridad presidencial dentro del sistema, más allá de otros frenos sociales, como la prensa, las universidades o las propias confesiones que, no obstante, también están siendo objeto de coacción más o menos líquida. En este contexto es donde se explica la orden dada por Trump de desplegar la Guardia Nacional en la ciudad de Washington. El estatuto del Distrito Federal, la capital del país, es muy singular. Washington D.F. apenas tiene 700.000 habitantes y éstos no tienen representación en el Congreso ni en el Senado. Tampoco, al no ser un Estado, tienen gobernador o cámara legislativa, y estas competencias recaen sobre el Congreso federal. Durante el mandato de Biden, fracasó en el Senado un viejo proyecto para hacer de Washington el 51 Estado de la Unión. La capital, claro, sí tiene una alcaldía y ésta posee un importante significado simbólico pues ejerce sus competencias allí donde se ubica físicamente el propio gobierno de la nación y reside el presidente. La alcaldía del Distrito Federal ha sido así un curioso contrapoder desde lo puramente local que ha irritado a más de un presidente. El pequeño contingente militar que ha patrullado la ciudad de Washington, sin hacer nada reseñable, sí ha lanzado un importante mensaje: llegado el momento el federalismo tampoco será un límite. Y lo peor es que los USA no son la única democracia en la que se desprecian hoy los contrapoderes.
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