La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las tatas del poder
Adiferencia del Partido Republicano, vaciado hasta sus entrañas por Donald Trump, la organización demócrata aún tuvo la fuerza necesaria para imponerse al vencedor de las elecciones primarias, Joe Biden, y forzarle a un relevo a favor de su vicepresidenta, Kamala Harris. Biden no se ha reconciliado todavía ni con Barack Obama ni con Nancy Pelosi, que fueron los notables que por su auctoritas lograron reconducir la elección popular. Los demócratas siguen vivos como partido, todo lo contrario que su antagonista, el Grand Old Party, con lo que se demuestra que aún es posible vencer a este cesarismo que acarrean las primarias como efecto perverso de un modelo importado en Europa con similares resultados. Por el momento, y después del debate cara de perro del miércoles pasado en Filadelfia, los datos vienen a darles la razón. Kamala Harris está, cuanto menos, empatada en los sondeos con Donald Trump, hay partido y hay campaña.
Para los cánones europeos, Kamala Harris sería una casi candidata perfecta, es una profesional sólida, fue una fiscal, especialmente, dura en California, cuenta con la experiencia de la vicepresidencia, es mujer, es negra y es india, es progresista en el buen sentido del término, expresa calma frente al mal rollo de Trump y comunica bien, aunque su principal déficit electoral proviene de la materia que manda: la economía. Joe Biden dejará un buen legado, pero Estados Unidos ha sufrido una crisis de precios que ha dejado mucho malestar en los bolsillos. Y, de momento, quienes votan son los norteamericanos y nos los europeos.
Donald Trump no es un mago de la economía, ni siquiera un leguleyo con suerte que deja hacer la revolución liberal como Reagan, es un patán cuya tres únicas propuestas sobre la materia son más aranceles, menos inmigrantes y menos impuestos, brocha gorda antiglobalista sin la chispa de aquel otro Trump de hace ocho años que alardeaba de que su apoyo no se resentiría ni aunque se liase a tiros contra los transeúntes de la Quinta Avenida. Ahora es más viejo, está condenado y hasta algunos republicanos dudan de esta condición desde que alentó al asalto del Capitolio.
Al Partido Republicano cabría aplicarle aquello que el nacionalista vasco Xabier Arzalluz le dijo a Benegas cuando los socialistas iban a perder las elecciones de 1996 después de 14 años de mandatos de Felipe González: “Tranquilo, Txiki, los gobiernos pasan, pero quedan los partidos”. Eso fue antes de las primarias. PNV y PSOE, partidos centenarios.
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