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Tomás garcía rodríguez

Doctor en Biología

Los magnolios de la Magdalena

Desde el punto de vista evolutivo, los magnolios son plantas ancladas en tiempos pretéritos

En pleno centro histórico de Sevilla, cercana a la extinta Puerta de Triana y a la iglesia que pervive del demolido convento dominico de San Pablo, se ubica una plaza atravesada durante siglos por un ciego desarrollismo que ha velado su alma romántica. Surge este ensanche como consecuencia del derribo en 1810 del primitivo templo de la Magdalena por las tropas francesas ocupantes, el cual sería sometido al poco tiempo a un intento de reedificación que no llegaría a buen término. Desde hace unos cincuenta años, es posible contemplar en ella naranjos y magníficos ejemplares de magnolio blanco, Magnolia grandiflora, constituyendo uno de los conjuntos arbóreos más coloridos y fragantes de todas las plazoletas históricas hispalenses.

El magnolio posee sus tierras originarias en el sureste norteamericano, siendo introducido en el continente europeo en el siglo XVII por el botánico francés Pierre Magnol, de donde le viene su nombre genérico, adaptándose bien a zonas sin sequedad ni frío excesivo. Desde el punto de vista evolutivo, son plantas ancladas en tiempos pretéritos que conservan elementos visibles en fósiles de cinco millones de años; así, sus atrayentes flores aromáticas blanquecinas no presentan sépalos ni pétalos desarrollados, sino unas estructuras intermedias denominadas tépalos, que aparecen a finales de primavera y están vigentes durante la época estival. Es frecuente en glorietas y parques, proporcionando olor a limón en verano y el permanente verdor de sus hojas en invierno. Los versos de la poetisa mexicana Andrea Ramos lo respetan y reverencian: "Nunca corté una flor de mi magnolio,/ sentía que si lo hacía, su alma maltrataba,/ no me daba cuenta que lo hacía,/ por no sentirme yo tan lastimada".

La plazuela de la Magdalena se encuentra sometida a un profundo proceso de reformas, dependiente de la erección de un lustroso establecimiento hotelero y dentro de un proceso de reorganización del entorno. En su centro, mantiene desde 1844 una maravillosa fuente de naturaleza ecléctica con fuste y taza procedente de una pila de la Alameda de Hércules, y mar poligonal de otra situada antaño en el patio del Hospital de las Misericordias en la calle del mismo nombre; el manantial mestizo aporta carácter propio, belleza y contraste ante los edificios circundantes. Sería fantástico que la musa griega Caliope que corona la espléndida fontana, proveniente del Museo de Bellas Artes y protectora de la poesía épica, inspirase a los urbanistas para que estos terrenos donde yacen dispersos los restos del gran imaginero Martínez Montañés puedan continuar con sus preciadas losas de resplandeciente pizarra tarifeña, los arabizantes naranjos...y sus magnolios amerindios.

El escritor cántabro Antonio Casares percibe en estos seres un hálito vital milenario: "El magnolio no sabe que lo miro/ o acaso sabe que lo miro y calla,/ sin inmutarse, erguido en la alameda,.../ ¿Alguien sabe lo que piensan los árboles?/ ¿Alguien puede negarlo o afirmarlo?

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