La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Nos libramos de pasar vergüenza
Hay locales malditos en los que nunca prospera un negocio. Sitios donde han tropezado varios empresarios en pocos años y que están próximos a comercios que, en cambio, perduran. Extrañas causas hacen en ocasiones que un lugar tenga la vitola del éxito y otros parezcan víctimas de un mal fario. Los consultores especializados estudian muchos factores: precio del alquiler, ubicación en zonas de alto tránsito peatonal, las comunicaciones por transporte público, la proximidad con grandes almacenes que sean foco de atracción, la inclusión del local en un centro comercial con aparcamiento gratuito... Después influyen, cómo no, las crisis económicas, las sanitarias y las decisiones de los gobiernos locales de levantar el pavimento o de peatonalizar una calle. La calle Cuna parece maldita en los últimos años entre los negocios provocadores, la huida de los escasos vecinos y el número de desperfectos en el firme. De aquella tienda de dulces con forma de genitales masculinos, se ha pasado a la que sirve cafés por un agujero en un muro recreado con pintadas. ¡Pobrecita calle Cuna que parece que le ha caído lo peor del centro de las grandes ciudades! No pasa por ella ya ni la Macarena. Más de 90 parches contamos no hace tanto tiempo en su pavimento. Se quedó con muchos locales vacíos con la crisis económica (como Sierpes o Asunción), perviven algunos de moda a los que deseamos la mejor de las suertes y mantiene un número reducido de vecinos que, en algunos casos, te reconocen que se marchan los viernes porque no soportan la presión del turismo.
Menos mal que ahora podemos pedir un café a través de un agujero. Toda una novedad, oiga. ¡Qué gran noticia para la sociedad de la bobería! El negocio redondo: no hay que gastar en uniformes de los camareros, a los que casi no se les ve; hay que tratar lo mínimo con el cliente, no hay que atender en la terraza (no existe) y el gasto en decoración es casi inexistente, salvo lo que cuesta la que se impone para las franquicias. Pida un café a través de un agujero como el del desconchón de una ciudad bombardeada. Si no le parece el orificio lo suficientemente grande, pida la hoja de reclamaciones a ver cómo resulta el experimento. ¡Y recordar que la calle Cuna comenzaba en la Plaza del Salvador con la perfumería de la Casa de las Esencias! Saldrá el buenista de guardia a decir que el libro de los gustos no está escrito y blablablá. Anda que lo mismo es aquel elegante comercio de perfumes que este bodrio del agujero por el que se agarra el café en vaso de plástico, pague y tómeselo por ahí contentísimo de la "experiencia". Echaremos de menos los dulces eróticos, que duraron lo que duraron... Porque, al final, ocurre como con casi todas las franquicias: son de quita y pon. Duran lo que la novelería, necesariamente pasajera. Pero qué lástima que una gran calle como Cuna no tenga capacidad para acoger más negocios de calidad, como los que resisten aún en ella con mucho mérito en un centro vulgarizado.
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