La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La cochinada de los cubos de enfriar los tanques de cerveza
Sevilla/No quiero verte llegar, prefiero ir a tu encuentro, que la alegría es mejor cuando se consigue por fin ese abrazo largamente deseado. Quiero sentir tu frescor de primera hora cuando nos miramos los dos y alguien descorre una lona para fisgonear nuestra cita. Temprano, siempre temprano. Sin focos, tal vez la música de algunos cascabeles prematuros, cuando el agua limpia brilla en los adoquines de Gerena que debieron pisar nuestros abuelos en el Prado, cuando una bestia bebe de un cubo en una placidez de campo en soledad, cuando una gitana ordena claveles en un cubo, un camarero corta una viena en rebanadas y de lejos suena el eco de la armónica de un afilador. Quiero verte reluciente cuando nadie te mira, bajo el cielo de papel que guarda la sequía. A mi me gustas como la Catedral: hasta en los días de lluvia. Lo mío contigo siempre ha sido incondicional. Quiero verte de algodón rosa, gorrones en la puerta, miniaturas de plata de la portada en la solapa, los bajos del pantalón con lamparones de albero y los zapatos ribeteados de ese dorado que es la cera de esta fiesta laica. Quiero verte envejecer con la luz de la tarde, con la belleza que solo alcanza la buena madurez, cuando todos te observan pero tú sabes, ay, quién procuró tu mirada más exclusiva, quién se trabajó la amanecida para disfrutar del mar plato de tu despertar sereno. Quiero verte despacio, al ritmo de una sevillana de Pascual, apretar el talle ceñido de tus mañanas largas y vencer, otra vez, la tentación de tu noche poderosa. Sabes que me gustas con luz para evitar la confusión de los pardos.
Siempre nos hemos querido, pero nunca lo hemos exhibido. No soportaste y sigues sin soportar que haya otra… Otra que se lleva la fama, los pregones y los quejíos de las saetas. Nos veremos despiertos los dos, bien despiertos siempre, que no se nos vaya un detalle, un juego de miradas, un riesgo, unos trajines, un rato con la gente buena, un regate a esa otra que son las brasas que genera el fuego de toda fiesta, idas y venidas por tu piel de albero, vanidades, mentiras que son verdades y verdades que son siempre caducas. Quiero verte, que nos enfademos como cada año y después… nos reconciliemos al encontrarnos en el cristal travieso de una cornucopia. Nos guiñaremos el ojo, me iré y mañana me buscarás al amanecer. Y allí estaré para verte, cuando nadie te mira. Con la luz del gozo a la espera de tu belleza añeja de la tarde, esa hermosura altiva de abanico, cuello alto, pelo recogido y ojos profundos de quien se sabe mirada por tantos, pero despertada solo por uno.
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