En manos de irresponsables

Un Gobierno jamás puede amparar el empleo de la violencia porque sienta un peligroso precedente

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Los altercados del domingo en Madrid.
Los altercados del domingo en Madrid. / Agencias

16 de septiembre 2025 - 04:00

Podemos estar orgullosos de una sociedad civil reivindicativa, solidaria, que no se instala en la zona de confort a la que conduce la indolencia, que se compromete con las causas nobles, con ciudadanos que dedican tiempo de su vida personal a procurar un mundo mejor por medio de entidades laicas, eclesiásticas o mediopensionistas, y que sujeta una pancarta para hacer oír. Podemos y debemos sentir orgullo de una sociedad civil que usa los cauces democráticos, tan diferentes y diversos, para hacer valer sus opiniones, influir en quienes toman decisiones y promover debates y análisis. Podemos sentir orgullo cuando las universidades funcionan como escuelas donde se trabaja el pensamiento, se cultiva el conocimiento y el espíritu crítico que dan pie al criterio propio, marca inequívoca del ciudadano libre. Es loable salir a la calle a protestar, reclamar y exigir de forma pacífica, pero contundente; de forma estruendosa, pero con orden, y hasta de forma original y llamativa para captar la atención de un mundo dominado por la imagen, pero sin avasallar, sabotear ni emplear la violencia. Pero no podemos bajo ningún concepto ni de ninguna manera admitir que el Gobierno preste su aval a una panda de gamberros que, amparados en una causa tan noble como la exigencia del fin inmediato del exterminio de la población gazatí, aprovechan para armar un bochinche vergonzoso y revelador de cómo los de siempre conciben la democracia. El presidente del Gobierno es un irresponsable. El que sujeta los mandos de una nación, una comunidad autónoma, una ciudad, un municipio, una comunidad de vecinos o una familia no puede amparar ningún tipo de violencia, tiene que condenarla de inmediato, no ofrecer el más mínimo mensaje de ambigüedad, no puede sembrar la duda de que sabotear, tirar las vallas e impedir una competición deportiva está justificado de alguna manera.

La violencia no se aplaude ni siquiera cuando es empleada en una causa justa. Los altercados debieron ser reprobados desde el principio y puestos al margen de la estrategia del Gobierno contra Israel. La convivencia debe ser sagrada porque está en juego la democracia. La denuncia del exterminio contra Palestina, la exigencia del cese de las matanzas y la presión contra Netanyahu no pueden justificar una sonrisa cómplice, declaraciones de orgullo y el pasar la mano por la espalda a los gamberros. El Gobierno ha cometido una acción muy peligrosa que sienta un grave precedente. En eso no consiste la ayuda al pueblo palestino, lastrado por terroristas que felicitan al Gobierno de Sánchez, nunca se olvide. Y desde hace dos años azotado por la crueldad de un país democrático del que se exigía otra reacción. No es orgullo, es una vergüenza. Y nada presagia que vaya a ser un hecho aislado.

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