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Cosas que pasan

Ricardo Castillejo / Rcastillejo@grupojoly.com

El marido de Aitana

EL marido de Aitana se llama Papín. Papín Lucadamo. Es argentino, tiene cuarenta y ocho años y con él he compartido esta semana botellín de agua -que ninguno de los dos somos de hacer gasto-, en el prestigioso hotel EME de Sevilla.

Sobre este centro les contaré más algún día porque, su ubicación a los pies mismos de la Catedral de la ciudad -junto a sus excelencias como establecimiento-, bien lo merece. Además, desde el lunes acoge una exposición titulada Espacios de ánimo que justifica, aún más si cabe, una visita a sus instalaciones. Una colección firmada, precisamente, por el mencionado cónyuge de Aitana.

"No nos gusta mezclar nuestra profesiones", me cuenta tras preguntarle por la ausencia de su esposa en nuestro encuentro al tiempo que me explica la filosofía que engloba los diecisiete cuadros y seis esculturas distribuidas por el recinto y que, a partir de una forma básica -similar a la silueta de un huevo-, intentan plasmar las sensaciones del autor en función de su estado anímico.

El de los previos a la inauguración de su muestra -a la que asistió como invitada de honor su esposa-, era de nervios, de intranquilidad, de que todo resultara perfecto tal y como, después me confirmaron, así sucedió. Era su noche y, Aitana Sánchez-Gijón -la, hasta ahora, "misteriosa" mujer de Papín-, no quiso restar ni un ápice de protagonismo al artífice de la cita.

Tiempo habrá porque la actriz -que acaba de terminar el rodaje de una película-, tiene intención de venir en julio al Pabellón Hassan II, antiguo Pabellón de Marruecos de la Expo 92, con una personal interpretación de Vargas Llosa sobre Las mil y una noches. Luego tocará el turno, supongo que en un escenario mayor, para la función sobre Yazmina Reza que Sánchez-Gijón pondrá en marcha con Maribel Verdú bajo la producción, precisamente, del compañero de ésta última, Pedro Larrañaga.

Antes, a Papín y Aitana les espera una reforma con la que piensan dar un "cambio radical" a un hogar de cuyas paredes, curiosamente, firmado por él sólo colgaba un retrato de ella. En casa del herrero…

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