EN España, a la vista está, el Hola sigue teniendo su peso. Una simple portada suya ha servido para desatar una tormenta mediática y política en torno a los vientres de alquiler. No sabemos muy bien qué ha pasado exactamente con la presunta maternidad subrogada de Ana García Obregón, pero ha sido suficiente para que todos –incluido el arribafirmante– acudamos prestos al combate: feministas airadas, neoliberales permisivos, moralistas de guardia, igualitarios dolientes...
La portada del Hola ha servido para reavivar el debate de los vientres de alquiler, que quizás se cerró en falso en su momento. De una parte la izquierda, Vox y la Iglesia Católica, que ven en esta práctica una aberración que atenta contra la dignidad de la madre y la igualdad entre las personas; por otra, los sectores más liberales de la política, que consideran que la mujer es dueña de su cuerpo y, por tanto, puede hacer con él lo que considere oportuno, desde abortar a un nasciturus a alquilarlo para la reproducción. Es algo así como defender la desamortización de la anatomía femenina para que se pueda crear un gran mercado en el que úteros y fetos son meras mercancías.
Es evidente que nadie alquila su vientre por altruismo y que estamos ante un inmenso negocio, como ocurre con el aborto y las clínicas privadas donde se practica. Pero, según esa doctrina que hace del cuerpo una propiedad privada más, es difícil comprender la prohibición de la maternidad subrogada. Este asunto se convertirá en un Guadiana más de nuestra política. Ni mucho menos se ha dicho la última palabra.
Pero más allá del estruendo y la moralina generalizada, la figura de Ana García Obregón en este asunto no está exenta de profundidad mítica: la mujer ya seca por la edad que acude a los dioses (qué es hoy la ciencia para muchos sino una nueva religión) con el fin de que le conceda el don de la fertilidad. Según la Biblia –el relato legendario del pueblo judío– Yaveh le otorgó a Sara el milagro de tener un hijo a la edad de noventa años. En el caso, además, de que fuese cierto el rumor que circula de que el niño podría haber sido engendrado con la semilla congelada del hijo difunto, estaríamos ante una auténtico viaje al inframundo –tema tan querido por las mitologías antiguas– para salvar de su oscura geografía a un ser amado, esta vez gracias a esa vida prorrogada que es la descendencia. Ana García Obregón, quizás sin quererlo, nos recuerda a todos algunos de los dramas eternos de la humanidad: el miedo a la soledad, la vejez, la muerte del hijo... Tengamos piedad. De ella y de todos nosotros.
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