Como mueren los perros

Se detecta en esta ley esa tendencia de algunos a meter los hocicos en todos los sitios a los que nadie les ha invitado

Un amo con su perro en la prehistoria.
Un amo con su perro en la prehistoria. / DS

06 de octubre 2023 - 00:01

ERA una pastora alemana de ley. Para hacerse con ella su dueño tuvo que entregar a cambio un guepardo. Viajó del Sahara a Sevilla y se convirtió en uno de esos perros míticos cuyos nombres se siguen venerando en las familias varias generaciones después de su paso por el mundo, como si fuesen dioses lares. En sus últimos años era gorda y lenta, como yo ahora, pero sufría con paciencia los juegos de los niños. Nunca rehuyó a su deber, quizás influenciada por el ejemplo recibido durante sus primeros años acuartelada en el desierto. Llegó su día y los dolores debieron de ser insoportables. Su primer dueño no lo dudó. Se la llevaron al campo, la envolvieron en una manta, un tiro bien dirigido y la paz. Tuvo que ser muy duro y, desde luego, es mejor una inyección, pero para mi perro espero también un final sin demasiados chupatintas o cursis iluminados del animalismo opinando. Solo los dos y la eternidad para quien le toque.

Ya he hablado alguna vez aquí de Pinto, spaniel bretón y señorito; de alma cayetana e indisciplinada; insolidario y perrófobo. Ahora, los catequistas del parque te dicen que los chuchos hay que adoptarlos, como antes te decían que apadrinases a un niño del tercer mundo. Pero Pinto llegó a mí por una mano amiga, que es la mejor forma de arribada. Para escándalo de pedagogos perrunos, me hace poco caso. Y acierta. A nuestra manera nos entendemos y, cuando es imposible, hago valer mi condición de amo sapiens. Pinto lo entiende. Ahora, ando leyendo la ley de protección animal, que está repleta de chuminadas propias del Ejército de Salvación. Uno entiende que proteger a los animales es algo noble y bueno, como prohibirles el aguardiente a los mineros, pero se detecta en esta norma esa tendencia de algunos a meter los hocicos en todos los sitios a los que nadie les ha invitado. Esa sed de regañina y superioridad moral de las que las huestes woke hacen gala.

Me imagino que alguno de esos alguacilillos que patrullan por el mundo buscando a los culpables de su desgraciada vida se sentirán ahora más legitimados para endosarnos una bronquita si amarramos al perro mientras compramos el pan o aspirinas. Incluso podrán amenazarnos con una denuncia, llamar a la Policía para que nos saque la porra o algo parecido. Ya veremos como lidiamos a tales morlacos.

Yo, por ahora, intentaré seguir con mi vida de siempre. Eso sí, haciendo aún más ricas a las aseguradoras (el capital siempre gana también cuando gobierna la izquierda) y rezando para que nunca le tenga que pegar un tiro a Pinto. O viceversa.

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