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La ciudad y los días

Carlos Colón

El nazareno que sabía demasiado

NADA nuevo bajo el sol. Que la túnica y el antifaz de los nazarenos se utilicen como disfraz y máscara que encubran tropelías es algo tan antiguo como la propia Semana Santa. En 1675 los penitentes madrileños protagonizaron, aprovechando su anonimato, tal cantidad de desmanes que el Consejo de Castilla ordenó que en toda España los nazarenos llevaran la cara descubierta. La orden se repitió siglo y medio más tarde, bajo los primeros gobiernos ilustrados de Felipe V, cuando a las hermandades se les prohibió que figuraran en sus cortejos encapuchados y que salieran de noche, ordenándoles a todas -menos a la del Silencio, que registró con orgullo en sus anales su salida de 1718 "a las dos de la madrugada del Viernes Santo, pues ninguna otra hermandad tiene permiso para salir de noche y menos con las caras tapadas"- hacer su estación de penitencia en traje de calle y portando luces, a causa de los desórdenes protagonizados por quienes utilizaban el antifaz de penitente como si fuera de bandolero. Los tira y afloja entre las autoridades y las hermandades sobre el uso de antifaces duraron hasta mediados del siglo XIX. En 1806 escribía Blanco White en sus Cartas de España, refiriéndose al Silencio, que las procesiones salían de día "a excepción de una que goza del privilegio de recorrer la ciudad de madrugada" cuyos hermanos llevan la cara cubierta "con un largo velo o antifaz que cae desde lo alto de una especie de sombrero cónico o capirote de tres pies de alto"; añadiendo, como elogioso comentario a los Primitivos Nazarenos de Sevilla, que en su caso "a decir verdad, el hecho de ir disfrazado no relaja en lo más mínimo el estricto decoro que requiere la ceremonia".

Nada nuevo bajo el sol. Leí hace muchos años que Alfred Hitchcock, durante una visita a España, dijo que le gustaría ambientar una película en la Semana Santa de Sevilla. Se trataba, creo recordar, de un magnicidio perpetrado por un asesino a sueldo vestido de penitente que, tras cumplir su encargo, se integraba en un cortejo procesional confundiéndose entre los miles de encapuchados anónimos.

El ladrón vestido de nazareno que ha sido sorprendido por las cámaras resucitaba, sin saberlo, una no grata tradición que se remonta al siglo XVII; y hacía realidad, afortunadamente en versión no sangrienta, el ensueño de Alfred Hitchcock. Si Juan Lebrón le puso a la Semana Santa el helicóptero de Apocalypse now y el pánico del año 2000 convirtió la Madrugada en una película de catástrofes, el caco nazareno le ha dado un toque hitchcockiano tipo El nazareno que sabía demasiado.

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