La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Según Robert Kaplan, conocido por su tesis sobre el papel de la geografía como destino político, el pogromo ejecutado por Hamas el 7 de octubre de 2023 ha precipitado acontecimientos que todas las décadas anteriores juntas no consiguieron. Para Kaplan este conflicto es el preludio de un enfrentamiento entre Israel e Irán que haría plausible el colapso del régimen de los ayatolás. No podemos saber si los vaticinios del zigzagueante Kaplan serán ciertos, pero el impacto global de este atentado sólo puede equipararse a lo que supuso el 11 de septiembre. Hamas, una organización sostenida sobre un engranaje militar y terrorista que gobierna Gaza desde 2007, perpetró un crimen de guerra que segó la vida de 1.400 personas. Desde el 7 de octubre de 2023 hasta hoy, Israel ha llevado a cabo una operación militar que ha causado unos 64.000 muertos, 18.000 de ellos niños, y devastado la práctica totalidad de las ciudades gazíes. En las últimas semanas las opiniones públicas occidentales parecen salir de su entumecimiento, las movilizaciones han trascendido la demarcación folclórica de las izquierdas, y los términos “genocidio” o “limpieza étnica” se abren paso como diagnóstico. Esta dinámica es objeto también de una contestación que denuncia su antisemitismo. Un argumento aquí reiterado es que la virulencia crítica frente a Israel no se manifiesta cuando se trata de otros escenarios también atroces, como Sudan, Yemen, Myanmar o Afganistán... El antisemitismo forma parte de los pasajes más infames de nuestra historia y tiene, sin duda, rostros presentes. En todo caso, y más allá de por pura conmoción ante el sufrimiento de la población palestina, la singularidad del rechazo a la ejecutoria de Israel se asienta de forma lógica, no en el antisemitismo, sino, por el contrario, en una conciencia moral de la proximidad. A diferencia de los ejemplos citados, el Estado de Israel integra con nosotros una tradición que comparte un acervo sobre lo bueno y lo justo y que habla, en un mismo dialecto jurídico, la lengua de los derechos. Y es por eso por lo que cuando se insiste, a modo de exoneración, en que Israel es la única democracia liberal de Occidente, en el fondo lo que se está subrayando es lo ignominioso de su operación criminal para la propia tradición liberal y democrática y la facilidad con la que, también dentro de ella, se puede abrir paso como cultura política la crueldad y la deshumanización del enemigo. También por esto lleva razón Kaplan en que Gaza es el tema de nuestro tiempo.
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