El peligro de la polarización

13 de septiembre 2025 - 03:09

Han asesinado de un disparo en la garganta a Charlie Kirk. Yo no conocía a este hombre que, con su discurso conservador, movilizaba a multitudes de jóvenes universitarios en Estados Unidos y que fue una figura clave en el ascenso electoral de Donald Trump. En esta era de plataformas infinitas, alguien puede ser inmensamente influyente sin que medio planeta sepa su nombre. Este nuevo crimen político, porque lo mataron por sus ideas, nos obliga a reflexionar sobre el clima de crispación que también respiramos en España. ¿Podría ocurrir algo así aquí? La violencia política existe, aunque sea en forma verbal. La escuchamos en declaraciones de algunos representantes públicos, incluso desde la tribuna del Congreso. Se han perdido los debates firmes pero respetuosos, y han sido reemplazados por agresiones dialécticas cada vez más deshumanizantes. La polarización no surge de la nada. No aparece como una nube que enturbia un día soleado. Se construye. Y se alimenta de muchos factores: la desconfianza en las instituciones, la fragmentación mediática, la manipulación del miedo, la radicalización del lenguaje y la creación de enemigos ficticios. Cuando una persona siente que el sistema la ha abandonado, que nadie la representa ni la escucha, puede caer en brazos de discursos extremos. Las redes sociales, la televisión y sus algoritmos refuerzan burbujas que impiden contrastar ideas y nos aíslan en trincheras emocionales. Cuando un político prefiere explotar el miedo porque le resulta rentable, y crea (real o inventado) un enemigo a derrotar, se destruye el espacio para el diálogo. Comienza entonces la guerra simbólica de “nosotros contra ellos”. Y eso tiene graves consecuencias. El lenguaje radical degrada el debate público, legitima el insulto y, en ocasiones, abre la puerta a la violencia real. Esta semana mataron a Kirk. Pero en España también hemos vivido el odio político: desde Prim hasta los presidentes Canalejas, Dato o Carrero Blanco. ETA intentó asesinar a Aznar. Políticos han sido agredidos, insultados, acosados en la calle, en universidades. Se han quemado fotos del Rey, se han sembrado odios apenas condenados. La amenaza en España no es abstracta. Es real. La polarización empobrece la democracia, bloquea los acuerdos, erosiona la convivencia y multiplica el riesgo de que alguien, vulnerable a los discursos de odio, cruce la línea y actúe con violencia. Instrumentalizar este hecho polariza aún más.

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