La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El mejor refugio en pleno centro de Sevilla
En las playas de Normandía se salvó la esencia de Europa secuestrada por los totalitarismos fascistas. La Europa que dio al mundo valores como el humanismo liberal, el parlamentarismo, las libertades individuales o los derechos humanos había caído presa de los delirios dictatoriales del populismo más exacerbado y criminal, represor violento de toda discrepancia. Cada uno de caídos que dejó su vida en Normandía es un símbolo de aquella generación de jóvenes que se vio impelida a recuperar la Libertad ofertando como tributo su propia vida. La Segunda Guerra Mundial no es sólo el mayor conflicto de la historia universal. Es, también, el primer conflicto moderno. No la provoca una cuestión territorial, ni un mero afán conquistador o un enfrentamiento comercial. Va mucho más allá: es la lucha entre dos concepciones del mundo: la de la democracia liberal y la de los fascismos totalitarios.
Normandía fue el prefacio de la caída del nazismo. Pero no fue una empresa fácil. Tampoco lo fueron Sicilia ni Anzio. Cómo dijo Churchill en los Comunes: “Si bien hemos dejado atrás grandes peligros, enormes empresas nos esperan aún”. La madrugada del 6 de junio se jugó el futuro de Europa. Y se ganó. Ochenta años después debemos recordar con admiración y agradecimiento el sacrificio de quienes regaron con su sangre una asolada Europa que, pocos años después, vería edificarse un modelo ejemplar de colaboración para acabar con siglos de enfrentamientos y guerras en este continente que es demasiado pequeño para absorber tanta historia. Porque la Unión Europea, al contrario que la revancha de Versalles que hizo exclamar al mariscal Foch, “esto no es una paz, es un armisticio de veinte años”, surgió de la colaboración de los vencedores en la reconstrucción del agresor, las ayudas del Plan Marshall y la apuesta decidida por un continente en paz y libertad.
Sin Normandía, el Telón de Acero, que en palabras de Churchill, había caído sobre el continente “desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático”, hubiera llegado al Canal de la Mancha. El comunismo que subyugó a Europa Oriental durante casi medio siglo sólo cambió al portador de la bota que pisaba el cuello de los ciudadanos. Pero la caída del Muro permitió ampliar la Unión hacia el este y con ello, esparcir los ideales de una Europa Unida sobre los valores de la Libertad y la Democracia. Y eso lo que ahora volvemos a jugarnos. No lo arriesguemos
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