Tomás garcía Rodríguez

Doctor en Biología

La sedosa acacia de Constantinopla

De aspecto etéreo y frágil, resiste los nocivos influjos de la contaminación

Las mimosas integran un grupo de llamativas plantas arbóreas que pertenecen a distintos géneros, entre las cuales se encuentra la llamada acacia de Constantinopla o árbol de la seda, aunque no sea una verdadera acacia. Su nombre científico es Albizia julibrissin y recibe el apelativo genérico del noble y naturalista florentino Filippo degli Albizii, quien la trajo a Europa en 1745 desde la histórica capital del Bósforo; julibrissin procede del persa y significa "flor de seda". Las regiones originarias de esta singular mimosa se encuentran en Asia, desde Irán hasta China, de Corea a Taiwán, siendo habitual en el levante peninsular.

Presenta una elegante copa en parasol que proporciona una agradable sombra tornasolada, conformando sus plumosas inflorescencias blanco-rosadas imágenes de gran belleza. Las deslumbrantes y fragantes flores con largos estambres en ramillete se agrupan en panículas terminales que cubren el árbol desde finales de primavera hasta bien entrado el verano-con abundante néctar que atrae a numerosos insectos-, desarrollando frutos en legumbre. Existen variedades que muestran diversas intensidades de sus tintes rosáceos, entre las cuales destaca ombrella, con un rosa vivo de matices rojizos. En Sevilla, pueden observarse árboles de la seda en torno al Parlamento Andaluz, en la Puerta Real, en la Isla de la Cartuja o en la barriada Nuestra Señora de la Oliva, donde crece un ejemplar plantado hace treinta años, quizá el más longevo de la ciudad. En sus tierras nativas de China recibe el nombre de "hierba de la felicidad", pues la corteza y las flores son utilizadas desde tiempo inmemorial en medicina como un eficaz antidepresivo. No es un mito, pues recientes investigaciones científicas han revelado que su administración en dosis adecuadas potencia la secreción de neurotransmisores implicados en la regulación de procesos neuróticos y episodios de ansiedad.

La extasiada contemplación de sus asombrosas flores en jardines, calles y plazas, junto a las lustrosas y delicadas hojas de un verde intenso, proporciona un contrapunto placentero al agresivo ambiente de la urbe. De aspecto etéreo y frágil, resiste los nocivos influjos de la contaminación, la sequía y los cambios bruscos de temperatura, afrontando las heladas y el calor estival. Son plantas que manifiestan un sutil fototropismo, plegando sus hojas y sus maravillosos estambres durante la noche y abriéndolos al amanecer para recibir los incipientes rayos solares, lo cual constituye una fantástica exhibición natural en las claras, profundas y sugerentes madrugadas de la primavera tardía hispalense.

"La primavera de la aldea/ bajó esta tarde a la ciudad,/ con su cara de niña fea/ y su vestido de percal./ Traía nidos en las manos/ y le cantaba el corazón/ como en los últimos manzanos/ el trino del primer gorrión./.../ A la ciudad, la primavera/ trajo del campo un suave olor/ en las tinas de la lechera/ y los jarros del aguador"(Jaime Torres Bodet).

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