La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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En otros tiempos, estos días serían de cálida espera de la Navidad, fecha que siempre tuvo un punto de cercanía y encuentro, aunque el hecho religioso que la inspira no fuera compartido por todos, pero poco importaba. Sin la variedad de canales de información con los que contamos ahora, el anuncio de la Navidad entraba sobre todo por la televisión única, con aquellas melodías entrañables que aun pasados los años todavía acuden a nuestra memoria. ¿Quién no recuerda el “vuelve a casa por Navidad” de los turrones El Almendro? Y seguía con el cine, con la reposición de películas que de tanto verlas casi no las sabemos de memoria, y no nos importa volver a ver, como Qué Bello es vivir del más atribulado James Stewart o La gran familia, con el gran Alberto Closas y compañía.
Fuera, en la calle, la llegada de la Navidad se presentía en los comercios de José Gestoso; en las desaparecidas tiendas de deportes como Deportes o Arza, donde nunca encontrábamos, ayunos del marketing de hoy, la camiseta exacta de nuestro equipo; en los puestos de castañas que calentaban las esquinas; en las modestas luces que adornaban las calles principales del centro, y casi ninguna más; en los sonidos de los villancicos clásicos que nos llegaban de las iglesias cercanas, donde los más jóvenes montaban originales portales con su cascada de agua y el palacio de Herodes en la lejanía de los corchos y el fondo azul pintado de estrellas.
Ahora sabemos que es Navidad, naturalmente que sí, pero las señales que la anuncian son todo menos entrañables. Tenemos las mismas calles, pero todas abarrotadas como si esto fuera un eterno domingo de ramos. Y luces, todas las que queramos, de todos los colores y tamaños, hasta en la última calle del barrio, no vaya a molestarse la asociación de comerciantes de turno. Y camisetas de fútbol (carísimas por cierto), las auténticas y hasta de la tercera equipación, para que el niño las coleccione y presuma en el colegio. Y fiestas, de todo tipo y para todas las edades, da igual la hora (algún ensayo se podría escribir sobre la Navidad y el tardeo sevillano), no vaya a quedarse nadie sin divertir. Pocas fiestas han perdido más su sentido que la Navidad, por origen, tan relacionada con lo modesto, con lo cercano. Y con la colaboración de todos, pues aquí no se salva casi nadie. Un signo más de nuestro tiempo.
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