Los sevillanos no beben sangría

Da lástima ver a los turistas vivaquear por el centro sofocados por el calor y sin habilidad para buscar algo de sombra

La turismofobia que viene

Diez instantes de belleza en Sevilla

Una jarra de sangría
Una jarra de sangría

Sevilla, 12 de julio 2023 - 04:00

Los turistas que vivaquean estos días de ola de calor por la trama urbana del centro generan cierto sentimiento de lástima. Sonrojados como salmonetes caminan a la deriva sin la habilidad que el sevillano tiene de cuna para hallar cierto frescor, esa capacidad innata para buscar la sombra, incluso para apurarla cuando es rácana como una luna menguante. Andamos por ella casi de perfil para que nos cubra. Se sientan nuestros turistas bajo esos aspersores de las terrazas que empañan los cristales de las gafas y espolvorean el agua sobre el surtido de tapas que jamás pide un sevillano, pero que siempre se jaman los turistas. Hay dos cosas que muchos sevillanos nunca han visto: cruzar un lince por la carretera que comunica El Rocío y Matalascañas y ver pedir a otro sevillano una jarra de sangría. A veces nos privamos de ciertos hábitos porque son sencillamente de turistas, cuando en algunos casos deben ser la mar de agradables.

Nunca hay sevillanos en ese restaurante que está justo en la es quina de Mateos Gago con la Plaza de la Virgen de los Reyes, con esa terraza sobre la que se alza la Giralda. Tiene que ser estupendo cenar con vistas directas al balcón por el que Juan Pablo II se asomó para rezar el Ángelus y dejar un mensaje en clave local: “Sevillanos, sed fuertes en la fe”. Y allí están las mesas en ese terreno tan cotizado a la espera siempre de turistas, cuando se trata de uno de los palmos de suelos incluidos en el Patrimonio de la Humanidad. Tal vez se pueda comparar a cenar junto al Panteón romano con un Aperol Spritz de los que Manolo Marchena se bebe de vez en cuando en la terraza de Robles, donde conviven sevillanos y turistas en armonía, caso digno de estudio que ocurre en pocos negocios de la ciudad.

Los sevillanos no bebemos sangría, no nos sentamos en las mejores terrazas, no visitamos el Museo de Bellas Artes, no conocemos el Real Alcázar que mima Román Fernández Baca, ni por supuesto la Casa de Pilatos que mantiene de dulce la Fundación Casa Ducal de Medinaceli. Quizás estamos tan hartos de belleza como del calor. Luego ocurre que el vecino acude al Norte de África y te da la paliza con las fotos de las ruinas romanas, pero te admite que no ha visitado Itálica en su vida, ni siquiera con el colegio a pesar de que la extinta E.G.B cuidaba el conocimiento del patrimonio histórico local. Como buenos malajes no les enseñamos a los de fuera la habilidad de buscar la sombra. Nos bebemos su Aperol, nos guardamos el truco del frescor y les dejamos los aspersores. Los turistas se van a rebelar un día como los pájaros de Hitchcock. Pagarán con nosotros el mosqueo de haber picado en la oferta de venir a Sevilla en verano.

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