Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Veinte años. Nada. Y ya ha demostrado la capacidad para crear la belleza que es inherente al toreo. Un desparpajo sin histrionismo, unas ideas claras, un preciosismo medido y una firmeza embadurnada de serenidad. Javier Zulueta demostró ayer en la plaza de Sevilla mucho más que el nervio, la buena voluntad y el valor de los que buscan un hueco en el escalafón. Hay torero, hay tiempo por delante, hay carrera y solo tiene que producirse esa combinación tan compleja que requiere una profesión tan extremadamente difícil: un torero inspirado, un toro bravo, el público a favor, la ausencia de viento y lluvia, un presidente acertado... ¿Seguimos con la enumeración? De vez en cuando conviene recordar la cantidad de circunstancias que deben concurrir en veinte minutos para que, al menos, aparezca algo destacable, esa lección de dominación de la fiera, la virtud de crear belleza de la bravura, la práctica del arte de la lidia. El público llenó la plaza en la tercera de San Miguel, último festejo de la temporada sevillana a la espera del festival. La morantemanía tiene un tirón incontestable tanto en las redes sociales como desde que aparece el mozo de espadas con la gorra que sirve para intuir de lejos la presencia del matador. José Antonio le echa más paciencia que un Papa al recorrer la plaza de San Pedro invadida de fieles a la búsqueda de una foto. No digamos si también actúa Roca Rey.
San Miguel tiene mucho de justos y cabales, de mayoría de aficionados sevillanos, de otoño con cierta intimidad y sabor propio lejos del relumbrón del abril de extraños. La plaza en San Miguel es como la mesa a la que se sientan los de la casa. El Juli busca su localidad con la sencillez del que acude la primera vez a la plaza, dejamos que Carlos Herrera se vaya al caer el cuarto toro para que pueda dormir a su hora, los borrachines del sol alto vociferan cuando toca y las familias de siempre salen con parsimonia tras el sexto a ocupar sus mesas en La Isla y Robles, mientras los cofrades del tanque buscan el hueco en el tabernerío de Adriano y Antonio Díaz para rematar un domingo donde ya no caben los excesos. Los toros se han acabado en Sevilla con la inmejorable impresión que nos ha dejado Javier Zulueta, hijo, sobrino y nieto de alguaciles. ¡Menudo era su abuelo haciendo guardar el orden en el callejón! Zulueta puede estar muy satisfecho de la faena al toro de la alternativa, qué lección de toreo de capa, y de la estocada al que cerró el festejo. Hay caoba para pulir, hay futuro y hay facultades. Tendrán que combinarse muchos factores. Cuando brindó el toro a su padre, alguacil de la plaza, muchos aficionados recordaron a Quini, el abuelo, el hermano mayor del Rocío de Sevilla, el que con un gesto con la mano limpiaba el callejón para dejar claro que no debía haber nadie desde donde había señalado con el índice hacia atrás. El toricantano Zulueta lleva la plaza en la sangre. El tiempo dirá si se combinan esos astros que se exigen para que cuaje un torero. Hay rama de buen tronco.
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